Escritor

Los protagonistas fueron llegando con los trajes planchados, y digo los protagonistas, porque todos ellos han puesto algún granito de arena, con pequeñísimas bolitas de chapapote, que no vamos a tener en cuenta, porque ésta ha sido una autonomía, todavía lo es, pobre pero honrada. Los ujieres especializados, con síndrome de Down, estaban que estallaban de felicidad, seguramente adoctrinados por Carmen Acevedo, que bailaba el Lago de los Cisnes, entre verdes y caquis, severos trajes gris marengo, y alguna lana negra fría, y el tiempo, que fue depositando adiposidades en bolsas de ojos, sobre todo las del fiscal, que no soporta el peso de la culpa, la pesada culpa de la televisión ninguneada. Al presidente del alto organismo también le brillaban los carrillos que se apretaban entre las varillas de las gafas Dior.

Y el general de la Acorazada, con buen color de cara, y el fajín dispuesto a dejar tieso a Sadam Husein. El glamour llegó, no con la hermana San Sulpicio, en botas de espadachín, sino con nuestro don Juan Ignacio de las entretelas, que a las siete de la madrugada despertó a su Chelo para darse rayos UVA hasta un cuarto de hora antes de los himnos. Su entrada fue espectacular, no como cuando iba Chonchi abriendo el sendero (por cierto, muy elegante con camisa de la moda) pero espatarrante en la forma de dar la mano, que nunca la aprenderá así Pedro Acedo. Nunca, don Juan Ignacio, puede usted dormir tranquilo. Y al final, como no podía ser menos, ese viejales entrañable, el don Hilarión de la Asamblea, Manolo Veiga, con aire de señor Caín y los ojillos de cometer pecados solitarios, como la poetisa rezando en casa como nuestra Leo. Buenadicha, elevado sobre el podio como espíritu santo del periódico, voló por encima de nuestras cabezas, aunque mi Periódico estaba triste por el Peregrino, sobre el que han caído todos los caínes de esta tierra. ¡Ay, mi tierra, ay, mi tierra, ahora con aires vascos...! Los niños, de verdad, geniales. Apúntese quien fuere un sobresaliente. Al final recibí dos besos de Antonio Vélez, al que le ha entrado como una accesis infinita por el alma. En fin, que nos tenemos que poner un poco a plan. Rodríguez Ibarra, no, ni don Juan Ignacio, ni Gómez Vizcaíno, ni Antonio Vázquez, me refiero a Sánchez Amor, o rompe el abrigo. Felicidades.