Estos días, después de que la policía francesa, en muy pocas horas, haya atrapado a los presuntos autores del asesinato de dos guardias civiles españoles, me acuerdo mucho de Gircard D´Estaigne . Me acuerdo de cómo menospreciaba al presidente del Gobierno español, en particular, y a los españoles, en general, admitiendo sólo entrevistarse con Juan Carlos I , porque él se consideraba una especie de Luis XIV contemporáneo.

Me acuerdo de sus exquisitas maneras de caballero elegante, que no le hacía ascos a la amistad con Bokassa, uno de los déspotas más sanguinarios de la triste historia de Africa, y de cómo aceptaba que le regalara saquitos de diamantes, según desveló el semanario Le Canard Enchané , al parecer por agradecimientos a que practicara la caza mayor en los territorios donde mandaba a sangre y fuego el tirano.

Me acuerdo de Giscard, al que los papanatas que rigen nuestra Unión Europea, le encargaron la redacción de una constitución que ha ido a parar a la papelera, mientras el dinero pagado por los contribuyentes ha ido a la cuenta corriente de Giscard. Pero sobre todo, me acuerdo de la impunidad que gozaban los etarras en suelo gobernado por Giscard, y de los impedimentos legales que ponía la Administración francesa ante cualquier petición de extradición, por muy acreditada y documentada que estuviera la solicitud.

Me acuerdo de aquel Giscard, donde los etarras, conocidos e identificados, podían pasar por delante de las gendarmerías, sin que nadie impidiera su camino. Me acuerdo mucho del Giscard que, en círculos íntimos, calificaba el problema terrorista como "un problema interno de España", y cómo hubo que conceder la opción del AVE a Altom, una empresa francesa, en menoscabo de la propuesta japonesa, que era mejor y más barata. Sí, me acuerdo mucho de Giscard, y no me acuerdo de su madre, porque no la conozco, porque no tiene la culpa, y porque respeto a las madres.