Escritor

Por una feliz casualidad, pudimos asistir a la presentación en Madrid de la última novela de Jesús Sánchez Adalid, La tierra sin mal, celebrada en el hotel Villa Real. Dos fueron los presentadores del novelista extremeño: Miguel de la Cuadra Salcedo y Luis Alberto de Cuenca. Destacó el primero cuánto tiene la obra de libro de viajes y de aventuras en el mejor sentido del término. Por su parte, el secretario de Estado de Cultura, con la erudición que le caracteriza, analizó pormenorizadamente su argumento en relación con la conquista y destacó algunas cosas significativas desde su perspectiva de lector. Cerró el concurrido acto su protagonista con palabras de agradecimiento, ponderando la literatura que divierte y denostando la que aburre y nos hace sufrir. La vida, vino a decir, nos castiga bastante como para que al agarrar un libro el castigo continúe. Se abrió después un animado debate. Aunque la representación extremeña era mínima, no faltó uno de nuestros cónsules literarios en Madrid, el bibliófilo González Manzanares y a buen seguro que fueron poderosas las razones que impidieron a Castelo, otro de nuestros embajadores en la villa y corte, dar un abrazo a su amigo, el autor de El mozárabe.

Ya he dicho otras veces que no soy buen lector de novela, que prefiero la poesía y el ensayo. Eso no obsta para que reconozca que Sánchez Adalid escribe buenos libros y que en muy poco tiempo se ha colocado en el grupo de cabeza de la novela histórica, un subgénero que tiene en España muchos y muy exigentes adeptos, si se me permite el calificativo. La mera mención de algunos nombres (que dejo a elección del lector) debería justificar su categoría dentro de ese género de géneros o cajón de sastre que es, en suma, la novela. Eso suponiendo que toda novela no sea, en rigor, histórica.

Como bien recordó De Cuenca, los españoles no hemos sabido explotar debidamente, ni en el cine ni en la literatura, ese filón inconmensurable que representa nuestra historia. Ah, si ésta fuera la de los norteamericanos... En especial, decía él, la del Siglo de Oro. Otro tanto cabe decir, por lo mismo, en lo que a Extremadura y los extremeños se refiere. Este incongruente estado de cosas va a cambiar gracias a la obra novelística de Sánchez Adalid, sin lugar a dudas. Ya lo está haciendo. Por eso no estaría de más que se empezara a hacer un uso incluso didáctico de sus libros en la enseñanza secundaria donde, por cierto, tanta morralla contemporánea se lee. También hay otra lectura extremeña en la veta histórica de las novelas del escritor de Don Benito; en el sentido de que abren aún más el espectro de las distintas maneras de hacer literatura que tenemos los extremeños. Algo parecido a lo que ha ocurrido con Eugenio Fuentes y la novela negra. Hace tiempo que, camino de la normalización, dejamos de ser, en exclusiva, una tierra de poetas. Todo esto enriquece el panorama y le da aires nuevos y un vigor insospechado. Desde Alange, un precioso pueblo que no en vano rezuma historia, donde ejerce de cura (como recordó con pudor De la Cuadra Salcedo), Jesús Sánchez Adalid sabrá saldar parte de esa deuda que los extremeños y los españoles, tanto da que da lo mismo, tenemos con nuestra historia. Para dar fe de que lo suyo no es la superstición, adelantó que ya tiene un nuevo libro en marcha. Sus lectores, que acaban de sostener en las manos el grueso tomo de La tierra sin mal, esperan ávidos. Enhorabuena.