La tecnología digital ha irrumpido con estrépito en la vida cotidiana. El uso de pantallas se ha convertido en algo habitual desde una edad temprana con innegables ventajas pero con inconvenientes igual de evidentes. El debate va en aumento y no existe unanimidad, por ejemplo, sobre la edad en la que un niño puede tener un smartphone, un aparato con capacidades y utilidades que van mucho más allá de un teléfono. Ahora especialistas médicos en patologías y alteraciones del sueño advierten sobre los efectos de la adicción a las pantallas. Afectan por igual a esos adultos que permanecen ante la tele pasada la medianoche y a los niños y adolescentes que se van con el móvil a la cama. Esos malos hábitos tienen -al margen de afectar a la comunicación y armonía familiar- consecuencias para la salud, según los médicos, que pueden manifestarse en afecciones graves como la diabetes o la obesidad. El problema revela, primero, una mala cultura del sueño en nuestro país. La solución pasa por una reforma horaria que nos equipare al estilo de vida de otros países occidentales. Y en el caso de los jóvenes es preciso fomentar un uso responsable del móvil, tarea que corresponde en primer lugar a los padres, dando ejemplo por supuesto, y luego a los educadores.