Se comprende, no sin alguna consternación, que los niños sufran también los efectos de la crisis, pero que los sufran incluso en el instante de nacer, consterna absolutamente: una porción regular de embarazadas españolas en la última fase de gestación ha venido solicitando estos últimos días que, por favor, les adelanten los partos para poder cobrar el cheque-bebé, prestación que, como se sabe, deja de percibirse hoy. Alguna debe pensar, sin dejar de ser por ello una madre políticamente correcta, que con los 2.500 euros del ala podrán resarcir a la criatura si llega, con las prisas, un pelín inmadura. Los profesionales del ramo de la obstetricia han denunciado la situación, bien que sin que se les haya hecho ningún caso, pero también podrían haber puesto el grito en el cielo mucho antes, pues esto de provocar anticipadamente los partos sin necesidad alguna es una práctica habitual de los propios sanitarios.

En efecto; si la embarazada se descuida, en la sanidad privada sobre todo, su vástago puede venir antes de tiempo, incluso, como diría el gran Gila , cuando la mamá ha salido y no está en casa. El amor por lo fácil ha extendido la práctica de la anticipación del parto, hasta 15 o más días, porque, al parecer, es más controlable, pero en ocasiones es la inminencia de un puente o del fin de semana lo que inclina al personal de algunas clínicas a arrancar al niño de su muelle y placentero (nunca mejor dicho) mundo. Que uno sepa, los que hoy desaconsejan y censuran esa práctica a las madres que, impelidas por la necesidad, solicitan un pronto y abrupto alumbramiento para cobrar el cheque-bebé, no se dirigieron nunca antes a sus colegas en esos mismos términos.

Para muchas madres y padres, el adiós al cheque-bebé equivale al adiós, cigüeña, adiós. Es una pena, pues los niños, sobre todo los que llegan cuando tienen que llegar, traen un pan bajo el brazo. Un pan figurado, irreal, pero maravilloso.