Días atrás vi en televisión unos minutos de La Voz , justo cuando un joven cantante, recién terminada su interpretación de un tema de AC/DC, se enfrentaba al dilema de escoger el profesor o la profesora que habrá de guiar sus pasos durante el concurso. Y lo que me temía acabó por suceder. El intérprete, Rafael Carpena , un hombretón fuerte y rocoso a quien no quisiera uno encontrarse en un callejón oscuro, acabó por elegir como profesor a David Bisbal , que de heavy solo tiene los rizos. Para abundar en la paradoja, Rafael dijo que era el día más feliz de su vida- junto con el de su boda.

En ese instante apagué el televisor para tratar de evitar el síncope. Cuesta hacerse a la idea de que nada es como antes, y menos los heavies, que ahora parecen una versión melenuda de Pimpinela. Los tiempos están cambiando, ¡y cómo!

En mi adolescencia idolatraba a esos músicos indomables que hacían de su existencia una cuerda floja desde la que desafiar una y otra vez la ley de la gravedad y las convenciones sociales. Fuertes e indómitos, su agresiva estética era reconocible por los pantalones y las chupas de cuero negro, las greñas rebeldes, las botas altas y las pulseras de clavo. Capaces de doblegar una farola con un solo dedo y de descorchar botellines de cerveza con los dientes, hoy languidecen por los platós televisivos como tiernos y amorosos esposos que nunca han roto un plato.

Ignoro qué técnicas vocales podrá enseñarle Bisbal a un ferviente seguidor de Aerosmith, AC/DC o Judas Priest. En cualquier caso ambos, Bisbal y Carpena, están en deuda conmigo por chafar el último de los mitos de mi adolescencia.