Estaba harto; Manuel Marín se va harto de los suyos. Es un hombre serio, políticamente honrado, que ha luchado estos cuatro años para no dejarse abducir por el sectarismo que se despacha en su partido, y, también, en el PP.

Quiso cambiar el Reglamento que rige el Congreso y no le dejaron. Rubalcaba cuando era jefe del Grupo Parlamentario del PSOE y Zaplana como portavoz de los populares lo torpedearon. Tampoco encontró calor ni sintonía con José Luis Rodríguez Zapatero . Son mundos alejados.

Uno es serio, tiene larga experiencia en política internacional y contactos con la mayor parte de los líderes mundiales y el otro, hasta que llegó a secretario general del PSOE, ni siquiera había salido de España. Marín ha dado brillo a la Presidencia de las Cortes.

Su figura institucional quedará en la memoria de las gentes como la del político que supo elevarse por encima de las miserias e intereses de los partidos, empezando, como digo, por los del suyo. Queda, también su larga y feraz trayectoria en Bruselas. Anuncia Marín que renuncia y lo hace con la mesura y la elegancia que le caracteriza, pero sin disimular un poso de amargura --"Me he sentido solo"-- confiesa. De no ser por esa elegancia intelectual que apellida su carrera política, es probable que, al anunciar el adiós a todo esto, hubiera evocado la figura de aquel presidente de la Primera República que harto de los suyos se exilió a Paris dejando encima de la mesa de su despacho una nota que lo explicaba todo: "Estoy hasta los cojones de los nuestros".

Manuel Marín, aunque conoce bien la Historia de España, ya digo que es demasiado elegante para marcharse dando la nota.

Lo ha hecho, a su manera. Le echaremos de menos. Al tiempo.