Los libros, los artículos periodísticos o las cartas y los anuncios sobre los relativamente recientes Derechos de los Animales son absolutamente innecesarios e inútiles para todas las personas que jamás los han respetado ni nunca los respetarán. Para los demás, también, porque siempre lo hicieron y lo harán eternamente.

De modo que ¿para qué y por qué insistir en estas heridas que se cierran en falso y que aburren por su cíclica constancia?

Hace un largo cuarto de siglo las cosas, las terribles cosas que se infringían a los seres vivos en los cinco continentes, se fueron regulando, nombrando, --meras palabras no tan meras-- analizando, y legislando. Hay muchos más medios, proyectos, refugios, asociaciones, opiniones, manifestaciones y una economía para proteger a esas almas mudas que dijeron que son los animales. Ahora bien, un cuarto de siglo después, gente idéntica a aquella del siglo pasado continúa echando de la cala, la finca, el coche, abriendo la puerta para que salga el perro viejo, el gato ciego, los caballos hambrientos, todos juntos, en mitad de una noche oscura.

Adiós, perro viejo, se dice todavía, dicen tantos todavía.

El progreso trae estas desilusiones y seguimos hablando de lo mismo, aunque nos hemos organizado para ello. De la colección completa de sutiles artimañas y ardides para decir una y otra vez adiós a un perro viejo, fatigado y enfermo. Cambiar las leyes no es cambiar las costumbres.

María Francisca Ruano **

Cáceres