Karl Marx ya lo dijo: para transformar el mundo es imprescindible la toma de conciencia. Todo aquello que debemos aprender está a la vista, pero la inercia social y nuestra pereza intelectual impiden verlo. En pleno siglo XXI sigue siendo imprescindible esa toma de conciencia, dándose una paradoja extraordinaria: tenemos más información que nunca y sin embargo estamos más alienados que nunca por la implacable mecánica del sistema económico. Tenemos ante nuestras narices todos los monstruos que nos acechan y en vez de disparar contra ellos, los alimentamos.

Hace pocos días me encontré una inserción publicitaria —la publicidad, uno de esos monstruos— en un medio muy relevante, que se titulaba así: «Princesas aventureras». El anuncio promocionaba películas de Disney, y la primera frase del texto era: «Nuestras princesas de la casa son más princesas que cualquier dibujo de Walt Disney».

Titular y texto venían acompañados por fotografías promocionales de ‘Mulan’ (1998), ‘Enredados’ (2010) y ‘Vaiana’ (2016), con imágenes de sus personajes femeninos protagonistas, respectivamente Fa Mulan, Rapunzel y Vaiana Waialiki. Me sorprendió porque de estas tres mujeres animadas solo Rapunzel es princesa (aunque no en el cuento original de los hermanos Grimm): Mulan es la única hija de una humilde familia china, y Vaiana es hija única de una familia polinesia de marinos.

Aquí nos encontramos con elementos del máximo interés para el análisis social. El primero es la usurpación de la identidad de dos de las protagonistas para encerrarlas a todas bajo el único término de «princesas». El segundo es la asociación del término «princesas» con el de «niñas», apareciendo como sinónimos en el texto transcrito. El tercer elemento, especialmente desconcertante, es ver bajo dicho epígrafe a ‘Vaiana’, la película más feminista —quizá junto a ‘Frozen’ (2013)— de la historia de Disney.

Conviene recordar que Fernando León de Aranoa utilizó esa palabra, ‘Princesas’, como título de su película sobre prostitución, y que el vocablo se utiliza habitualmente para vender servicios sexuales. Tampoco les costará mucho encontrar esa misma palabra asociada a multitud de contenidos pornográficos donde la mujer es objetualizada sexualmente.

Joaquín Sabina escribió ‘Princesa’ en 1985 («...búscate otro perro que te ladre, princesa...»), Jorge Drexler puso voz para la ‘Princesa Bacana’ en 1999 («...regreso, y princesa ya ha puesto la mesa...»), y en 2005 Leiva cantó ‘Princesas’ («...de princesas que buscan tipos que coleccionar a los pies de su cama...») y Los Secretos compusieron ‘Princesa’ («...como quien ve a la Virgen subir al cielo, la ve alejarse camino a su primer casting...»). No sé si habrá algún hombre que no haya cantado a alguna princesa, pues hasta Bustamante (‘Princesa mía’, 2007) y Bisbal (‘Mi princesa’, 2009) casi se copian al intentarlo. Incluso esa música socialmente tan tóxica llamada reguetón «lo está petando» este verano con ‘Princesa’, de Tini y Karol G., con «versos» a medio camino entre Disney y la prostitución: «...Y yo seré tu princesa, toda la noche, yo seré tu princesa, y en el castillo nos amamos, si quieres ser mi rey lo negociamos...».

Todas las muñecas —otro término en el que convendría detenerse— han tenido sus trajes de princesas, ‘princesa’ es una marca de ropa interior femenina, de galletas («para las princesas de la casa»), y hay compañías de electrodomésticos que emplean el término en inglés, ‘princess’, para recordarnos quién debe utilizarlos en la cocina.

Si después de leer esto, los padres quieren llamar «princesas» a sus niñas ya no puede hacerse más que recordar que el término se refiere a mujeres privilegiadas nacidas en familias reales que deben permanecer perfectas desde que se levantan hasta que se acuestan, y que ha pasado al lenguaje común para designar a mujeres infantilizadas, superficiales, obsesionadas con la apariencia física y sexualizadas hasta el punto de que el término ha adquirido matices prostituyentes y pornográficos. Si aún así insisten en llamarlas «princesas», Marx se equivocaba: la toma de conciencia no es posible.

Díganle adiós a las princesas rosas, por favor, y eduquen niñas mentalmente sanas que puedan ser mujeres maduras e independientes.

*Licenciado en Ciencias de la Información.