TPtosiblemente no vas a leer este comentario. Lo siento porque considero que podría ayudarte de alguna forma. Estás mal y no eres consciente porque la mierda que te metes lo impide. Estás mal porque no reconoces que lo estás y quieres seguir como si tal cosa. Sé que haces un esfuerzo inhumano cada mañana para ponerte en pie, salir a la calle y alcanzar aquel sueño que me contaste. Y sé que el mundo que te rodea, esa profesión canalla que has elegido te está devorando, te ha devorado.

Empezaste de tal forma tu aventura que todos llegamos a admirar tu empuje. Nadie te avalaba salvo tu honradez, nadie te sostenía salvo tu sonrisa, tu manera joven de enfocar las cosas, y, sobre todo, anteponías la amistad a los negocios. Pero ayer viniste a verme y me has impresionado.

Estás acorralado por las deudas, enfermo, tu cara afilada y tus ojeras hablan de noches en las que tiritas de frío en plena ola de calor. Jamás habías dejado de contestar una llamada; ahora, cuando suena tu móvil, miras con rostro de terror el número, lo apagas, te pones nervioso y huyes. Sé que te acosan los que te fiaron, que quienes te dieron su dinero para que levantaras tu sueño, ya no se fían de tu aspecto, ni de tus fuerzas, ni de tus promesas que, por primera vez, estás dejando de cumplir.

Cruzo por delante de la puerta de ese local que querías abrir. Está cerrada. El sueño está a medio empezar y sabes que nunca podrás abrirlo. Ya no podrás abrirlo porque entre las deudas y tu curación más el agujero de un trabajo suspendido, el tiempo se te echará encima.

Y no te culpo de nada. Tú, como muchos, eres uno más que pensó en amaneceres pintados con cocaína. Los necesitabas.

*Dramaturgo y director del

Consorcio López de Ayala