WLw a muerte de dos soldados del contingente español destacado en Afganistán --uno de ellos de nacionalidad ecuatoriana y otro extremeño, de la localidad pacense de Alange--, y de un intérprete de origen iraní a causa de la explosión de una mina colocada por los talibanes, es un recordatorio dramático --y para ello basta pulsar el ambiente que había ayer en el pueblo de Germán Pérez Rubio-- de los riesgos que entraña la misión aprobada por las Naciones Unidas y encomendada a la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF).

No se trata de una tarea convencional de estabilización y reconstrucción de la zona, sino que se lleva a cabo en una región en la que, con demasiada frecuencia, el Estado se da por desaparecido e imponen su ley los denominados señores de la guerra, la guerrilla talibán y redes internacionales de narcotraficantes. Todo lo cual, por cierto, hace más y más necesario el compromiso de la comunidad internacional y subraya la legitimidad del despliegue de la ISAF, no solo porque se apoya en la legalidad internacional, sino porque responde a criterios humanitarios y de protección de la seguridad colectiva en Occidente.

En estas circunstancias, la situación moral y material de nuestras tropas destacadas en Asia central es sustancialmente diferente de la que en su día soportó el contingente de soldados españoles que fueron enviados a Irak para secundar una invasión sin respaldo legal de Naciones Unidad, puesta en marcha mediante información engañosa y que la opinión pública rechazó sin paliativos y por abrumadora mayoría.

El PP, que se adhirió con entusiasmo al desastre de la guerra de Irak, en contra de la posición de importantes socios europeos, cree seguramente que, si siembra ahora la confusión, hará olvidar el disparate del 2003, aunque sea a costa de llevar la querella política a un terreno en el que no debería existir. En Italia, los partidos políticos, dispuestos habitualmente a enfrentarse con encono por cualquier cosa, han dado ejemplo de moderación durante los tres días que ha durado, justamente en Afganistán, el secuestro de dos militares suyos, y que ha concluido con su rescate. Bueno sería que nuestra oposición tomara ejemplo.

Cosa diferente es que, como han señalado algunos militares, sea preciso acometer una revisión técnica del despliegue español y, por supuesto, que se discuta de ello en el Parlamento. Porque es un hecho cada vez menos discutido que la autoridad del régimen de Hamid Karzai apenas ha conseguido traspasar los límites de la capital, Kabul, y que, simultáneamente, los cabecillas locales han recuperado su influencia. Se trata de un proceso que ha incrementado los riesgos de la misión internacional, pero que, al mismo tiempo, la hace más necesaria que nunca para impedir que el pedregal afgano se convierta en el centro de difusión por antonomasia del terrorismo global.