La muerte de un soldado del contingente español en Afganistán y el ataque con tres misiles de fabricación casera contra la base de Herat horas después ha servido para recordar a la opinión pública que la misión en el corazón de Asia está más cerca de ser de guerra, con el altísimo riesgo que es de imaginar, que de paz y concordia. Aunque la ONU, los países implicados en la operación y singularmente el Gobierno español se empeñan en subrayar que los soldados extranjeros tienen por misión ayudar a la reconstrucción, lo cierto es que para la guerrilla de los talibanes no pasa de ser una ocupación militar del territorio. De tal manera que incluso en una misión tan diáfanamente pacífica como la protección de un convoy del Programa Mundial de Alimentos se corre el riesgo de que acabe convertida en un episodio de combate a campo abierto, como han podido comprobar los militares españoles encargados de la custodia.

El cambio en la estrategia iniciado por Estados Unidos --aumento de los efectivos y aproximación a los llamados talibanes moderados a través del Gobierno de Hamid Karzai-- está lejos de ser una apuesta segura para alterar los parámetros del problema. Más de un año después de haber tomado posesión el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se mantienen intactas las razones que han llevado a muchos especialistas civiles y militares a temer que Afganistán se transforme en el Vietnam de Obama. Como le pasó al presidente Lyndon B. Johnson a partir de 1964, la guerra de elección decidida por George W. Bush en octubre del 2001 da la impresión de haber dado paso a una situación imposible en la que el Gobierno local, apoyado por Estados Unidos, transmite la impresión de que sin la ayuda occidental sucumbiría rápidamente ante sus enemigos. Y, lo que no es menos grave, se antoja que esta debilidad extrema lleva camino de prolongarse más allá de toda previsión.

La orientación de la última conferencia de donantes celebrada en Londres, donde Karzai ha pedido a Arabia Saudí que atraiga a una parte de los talibanes a negociar la paz, es señal inequívoca de la incapacidad del presidente, del fracaso occidental sobre el terreno y de la disposición de Estados Unidos a zanjar el asunto cuanto antes, aunque sea a costa de un pacto con líderes talibanes. No en aplicación, por cierto, de la consigna de Julio César divide y vencerás, sino por la necesidad de salir del avispero sea como sea.