Si el azar juega un papel en el destino de los pueblos y los continentes, Africa ha tenido una permanente y trágica mala suerte. La llegada de los colonizadores situó a los indígenas en la cuneta de la historia, y allí siguen, después de lograr la independencia con una bandera, un himno nacional, un presidente y un asiento en la ONU. Antes de seguir, conviene precisar que Africa es muy amplia, ya que en ese continente se acumulan 54 países con geografías diferentes, y sobre esas geografías 700 millones de hombres y mujeres pertenecientes a más de 2.000 etnias y creencias pero que tienen un denominador común: la mayoría tiene más razones para la desesperación que para la esperanza.

Aunque hay minorías de privilegiados y varias docenas de tiranos corruptos y algunos miles de explotadores, Africa es un continente donde el colonialismo, al descolgarse con sus bayonetas, sus diplomáticos, sus comerciantes y aventureros, creó unos intereses diferentes a los de los nativos. La cultura se hizo blanca, ya que la cultura negra comenzó a embalarse en paquetes de exotismo destinada al consumo de turistas curiosos. En unas décadas les cambiaron de dioses y sus jefes tradicionales pasaron a ocupar un lugar secundario cuando acataban al nuevo poder o a diluirse hasta la desaparición cuando rehusaban prestarle pleitesía. Empezó a oírse la palabra negro, pronunciada con el tono del desprecio.

XPARA SEGUIRx precisando, se impone adelantar que hay dos mundos perfectamente definidos en el continente, situados en el norte y en el sur. En el norte está el mundo árabe, articulado por el Islam y desarticulado por las distintas gamas de la autocracia. Para dirigirse a ese mundo, y a todo el mundo islámico, el presidente Obama eligió la Universidad de El Cairo. La otra Africa arranca en el sur del Sáhara y recibe el nombre de Africa negra, atendiendo al color de la piel de sus habitantes. Esa Africa es la que ha permanecido más marginada de la historia y, en ocasiones, en la cuneta del devenir histórico. Africa marginal y Africa marginada. También le cuadra el calificativo de Africa desesperada. En los últimos años, la temperatura de la desesperación de los hombres y mujeres de esa zona la medimos con un termómetro infalible, las pateras.

Casi a diario llegan a las costas europeas, especialmente a las españolas y a las italianas, unos cargamentos de desesperados y desesperadas, huyendo de la miseria del Africa subsahariana. Esos viajes, siempre dramáticos, muchas veces terminan en tragedias en las que muchos han perdido y pierden la vida. Saben que se exponen a morir y, sin embargo, se suben a las frágiles embarcaciones empujados por un entorno absolutamente inhóspito, en el que es difícil sobrevivir.

El cargamento de las pateras, en sí mismo, es la radiografía de la desesperación y de la esperanza. A bordo hay niños de diferentes edades, mujeres embarazadas y un predominio de jóvenes de contextura fuerte que, antes de abordar las barcazas, han tenido que superar enormes dificultades.

Quieren vencer al infortunio que les martiriza y dar a sus hijos la oportunidad de poder sobrevivir en otras tierras, que a veces confunden con el paraíso, lo cual no es difícil, ya que para ellos el paraíso es poder comer todos los días. Saben que las posibilidades de encontrar la muerte en la travesía son altas, pero también son altas las posibilidades de morir de hambre si se quedan. Se nos dan cifras aterradoras, cerca de tres millones de niños, menores de cinco años, mueren cada año en esos países. Hay otras estadísticas que elevan esta misma cifra a cinco millones.

Hace unas semanas, Barack Obama viajó por primera vez a ese continente para lanzar un mensaje de esperanza, para decir que Africa tiene que subirse al carro de la historia apoyándose en dos pilares, el propio esfuerzo y la ayuda externa. Obama eligió como escenario el Parlamento de Ghana para lanzar su mensaje al Africa negra. Allí le recibió el presidente John Atta , un demócrata convencido, al frente de un país que lleva bastantes años dentro de las coordenadas democráticas y haciendo un razonable esfuerzo para salir del subdesarrollo.

Obama repitió el lema de su campaña: "Yes, we can". Dijo también lo que solo él, entre los grandes líderes políticos de Occidente, podía decir: "Demostraremos que el hombre negro es capaz de liderar y resolver sus propios asuntos. Demostraremos que somos capaces de conducir nuestro destino". También dijo que su familia era uno de los testimonios de la tragedia africana, pero también de las posibilidades de éxito.

Desde las calles de Accra le gritaban: "Obama, eres el hijo del Africa que queremos". Dejó claro que ya no se podían escudar en el colonialismo para explicar las guerras, el subdesarrollo y la corrupción. Esos tres caballos del Apocalipsis están alimentados por africanos. Y por esa razón son los africanos quienes tienen que tomar las riendas de su propio destino y asumir la responsabilidad de su futuro.

El presidente de Estados Unidos aseguró que su país estaría a su lado como socio y como amigo. Obama ha apuntado, entre las prioridades de su política, conseguir que Africa entre en la historia del mundo y que no siga separada de lo que en el mundo ocurre. Ese debe ser el gran desafío colectivo para que salga de la cuneta de la historia.