TStólo un jugador de póker puede saber lo que vale un comodín en un momento de angustia de la partida; Zapatero lo sabe y lo está disfrutando desde hoy: aprobar la reforma laboral y comenzar agosto es una hazaña que tiene recompensa y respiro.

Agosto, por señas de identidad adquiridas en el tiempo, es un bálsamo para cualquier tormenta y las de este año han sido temporales sucesivos capaces de acabar con cualquier arboladura: el PSOE está bajo mínimos, el PSC desahuciado y los barones regionales preparan reservas para cuando llegue su invierno electoral.

Y Mariano sigue fumándose un puro sin que le afecte, aparentemente, la inmensa bolsa de corrupción interna y la rebelión permanente de Francisco Camps que está dispuesto a ser candidato y a seguir gobernando desde el banquillo.

Lo sucesos de este año en esta España atribulada dan para una novela por entregas o para un drama sin número de actos: lo peor puede haber pasado, pero nadie piensa que estamos encarrilados. Ahora, los que creían el mensaje de eterno progreso de nuestro estado del bienestar de la mano de un Zapatero blindado contra los tiempos, están deprimidos; y la derecha esperando que pase el tiempo para recoger una cosecha que no ha sembrado. Y agosto, una inmensa siesta de la que no se despertará nadie hasta el 1 de septiembre, salvo que una serpiente de verano se nos enrosque a todos en el cuello.

Para un periodista, sumergido cotidianamente en un mar de calamidades, agosto es un problema porque hay que estrujar las neuronas en busca de un texto que justifique el titular del artículo. Pero este invierno ha sido tan intenso que es preferible no tener de qué escribir que seguir con este tormento.

El comodín de Zapatero le permitirá un respiro: y a todos nosotros bajar el estrés para evitar el colapso.