WLw a consejera de Educación ha manifestado en la Asamblea que solo algo más del 1% de los profesores de Secundaria, concretamente 57, sufrieron agresiones en el ámbito escolar el pasado curso en la región y de las que se derivó la apertura de expedientes. ¿Es mucho, es poco? Esta cifra significa que ese departamento ha tramitado una media de dos expedientes por cada semana lectiva. Esa cifra, por contra, es sensiblemente menor a los registrados en años anteriores: 97 en el 2001; 89 en el 2003. La cantidad es importante: es evidente que no es lo mismo que se registre una agresión por día que una agresión por semana o por mes en los institutos. Pero la cantidad no es lo más importante : la sola existencia de violencia en las aulas es un síntoma crudo de que el sistema educativo está enfermo. Porque aula y violencia deberían ser términos antitéticos: justamente la educación es la enseñanza de la convivencia, que a su vez es la ordenación de la discrepancia excluyendo la violencia.

La violencia en las aulas se ha convertido también en un motivo de disputa política. Se vio el jueves en la Asamblea. Es lo más fácil --sobre todo para la oposición, que acusa--, pero es un error. Lo es porque si se ha llegado hasta aquí es debido a que ningún partido en el poder ha encontrado la solución. Y tal vez no la encuentren porque no se trata de un problema político, sino social: el ámbito en que un joven asume que es factible pegar o insultar a un profesor no es el aula; es fuera del aula. No es un problema que apunte al profesor, o a la consejería correspondiente, sino a todos.