TAtño 1934, mes de agosto, 11 de la noche. Julia y Adoración han sacado dos sillas a la calle y se han sentado con la intención de aliviarse el calor, como hacen todos los días después del anochecer. Hoy, una inmensa luna llena ilumina el cielo con asombrosa intensidad. Adoración fija su mirada durante un rato en la esfera luminiscente. "Estoy leyendo un libro que habla de unos hombres que viajan en un cohete a la Luna", dice; ha aprendido a leer a los 41 años, aprovechando un plan de alfabetización que ha puesto en marcha el gobierno. "Semejante disparate, ¿y para eso has aprendido a leer?", responde Julia. "Es muy entretenido, y dice cosas sorprendentes, aunque sean mentira. Lo ha escrito un francés que se llama Julio Verne ", replica Adoración. "Esos libros del diablo te van a poner la cabeza tarumba", advierte Julia. "Es bueno saber leer, deberías aprender tú también". "¡Quiá!, déjame de tontunas, Dorita. El otro día fui a llenar los cántaros a la fuente y Benita Peña me dijo que ha leído en un periódico que un científico ha dicho que con el tiempo el agua se volverá mala y que habrá que comprarla purificada en botellas de plástico. Lo que hay que oír. Si es para saber de los desvaríos de un científico lunático, prefiero no aprender a leer", concluye Julia.

Año 2009, mes de julio, 8 de la tarde. Enrique Campos hace la compra semanal en un gran supermercado. Se ha parado en la sección de agua embotellada y ha metido en el carro tres botellas de 8 litros. Le acompaña su hijo David , de 10 años, un voraz lector que va relatando a su padre el argumento del último libro que ha leído: "Papá, es el año 2084 y los astronautas se dirigen a Júpiter. En la tierra, la contaminación ha provocado que el aire se vuelva irrespirable y los ciudadanos tienen que comprar aire limpio envasado en bombonas de aluminio que llevan consigo a todas partes". "Vaya un argumento más absurdo el de ese libro, hijo", concreta el padre.