En este mapa cuarteado por la sequía, el agua es un bien escaso, una consecuencia más del delirio imparable del cambio climático, un problema que se agrava debido al incremento expansivo del turismo y a la proliferación urbanística fruto del aumento de la población, también a causa de los modos tradicionales de riego, todo ello está contribuyendo a crear un paisaje árido, seco e inhabitable.

Nos hemos empeñado en poner nombre a los ríos, en dar dueño a sus aguas, en atar su destino a la rigidez de un territorio, en monopolizar este recurso hasta convertirlo en un motivo de reyerta cainita, porque se da la paradoja descompensadora de que mientras en el norte vemos pantanos a los que es preciso desembalsar para evitar su derumbe, o riadas que inundan las ciudades a su paso, o el inútil vertido al mar en las desembocaduras; a unos escasos cientos de kilómetros de allí, el agua ha de estar racionada y han de tomar drásticas medidas de emergencia por temor a carecer de ella para cubrir las necesidades más básicas.

Los ríos con su transcurrir anárquico, representan una forma más de la vertebración heterogénea que la naturaleza pone al servicio del país. Son una transgresión dentro del marco estatutario que algunos se empeñan en construir a espaldas de los demás y de la propia naturaleza, como esos espejos cóncavos que nos devuelven la imagen distorsionada de nuestro propio egoísmo, algo donde se sustancia una genuina muestra de insolidaridad, de desprecio por lo común, de apego visceral por acotar esa expresión de libertad que representan los ríos, que fluyen por donde quieren ajenos a convencionalismos políticos o jurisdiccionales.

XSE HA UTILIZADOx la demagogia a borbotones para defender las diferentes posturas respecto a los recursos hídricos, para justificar en una parte lo contrario de lo que se afirmaba en otra, hasta terminar con esa esquizofrenia que ha provocado que algunos se hayan convertido en rehenes de sus propias contradicciones. Porque esos mismos territorios que se opusieron con irracional crudeza a los trasvases, son los que ahora han de esconder sus propias palabras tras eufemismos, acuciados por una necesidad que ellos mismos consentían en negarle a los demás, porque aquellos que en su día escupieron sobre la palabra solidaridad, son los mismos que ahora imploran acogerse a ella, mostrando a cara descubierta esa doble moral que el egoísmo engendra, cuando se pretende que los privilegios ignoren las fronteras, cuando el menor soplo de coherencia es capaz de desarmar la escasa consistencia de su antiguo entramado argumental.

El Plan Hidrológico ideado por Borrell lo echaron por tierra los nacionalistas, por los motivos apuntados anteriormente, al posterior del Partido Popular le hicieron lo mismo los socialistas, a cambio se propusieron alternativas como las desaladoras, que no son un ni un remedio eficaz ni permanente, ya que a parte de ser costosas y contaminantes, su producción es escasa y de poca calidad para el consumo, además de que en el área metropolitana de Barcelona que es la que ahora nos ocupa, no estarían terminadas en el supuesto caso de que la sequía las hiciera necesarias.

La captación temporal de agua del río Segre en favor del LLobregart, tildada ahora como de provisional, es todo un monumento al travestismo con el que pretenden devaluar la carga semántica de la palabra trasvase; pero han topado con la oposición del Gobierno, con la de Aragón, al ser este río afluente del Ebro, y con la de los propios leridanos que están en desacuerdo con el tripartito, ya que quieren que se les garantice el suministro necesario para sus vecinos y a sus regantes, con lo cual poca cosa queda para transferir. Esta medida supondría un doble agravio, por una parte hacia las tierras leridanas, y por otra a todo el Levante, al que se le han negado secularmente el derecho a los trasvases.

La falta de una política hidráulica es una consecuencia más de las presiones ejercidas por las diferentes autonomías, movidas más por intereses particulares que por una idea de Estado. Ante este cúmulo de despropósitos se impone una política racional, que parta del acuerdo de las principales fuerzas mayoritarias y que lleve adelante, asesorados por equipos de expertos, lo que mejor convenga a España, prescindiendo de cualquier atisbo de partidismo o de nacionalismo, sustentado cualquier acuerdo sobre el criterio que resulte más provechoso a los intereses generales y de un menor impacto ambiental.

Si los recursos económicos de las zonas favorecidas se redistribuyen en beneficio de todos, justo es que se actúe del mismo modo con aquellos recursos naturales sobrantes, de manera una vez satisfechas las necesidades de las regiones de procedencia, el resto se canalice y se lleve donde sea necesaria, a cambio de que del agua se haga un uso responsable y racional, no sometiéndola a despilfarros deportivos ni a otras exquisiteces de semejante calado.

*Profesor.