Parece ser que entre los importantes acuerdos entre Coalición Canaria y el Gobierno para que salgan adelante los presupuestos, está el de que las aguas entre las islas se denominen aguas canarias . Ya había notado yo cierto desasosiego entre mis amigos, tanto canariones como chicharreros, por esta terrible ausencia en la denominación, y, aunque jamás ninguno de ellos me expresó tal inquietud, ahora, al ver el orgullo con el que el señor Rivero da cuenta del importante logro, me percato de que si nunca mis amigos canarios me expresaron su honda preocupación fue por esa especial sensibilidad, ese decoro de no querer molestar a los demás con preocupaciones propias. Más aún, en mis frecuentes visitas a las adorables y entrañables islas jamás escuché a nadie sentir ninguna inquietud por la denominación de las aguas que bañan el archipiélago, pero hoy me doy cuenta de que esa indudable discreción ocultaba la enorme preocupación que soportaban conejeros y gomeros, herreños y palmeros, que con su discreción acentuaban su anhelo y su impaciencia.

Cualquier canario, nada más despertarse, seguramente se preguntaba cómo era posible que las oceánicas aguas que separan las islas no se llamaran aguas canarias, y no me cuesta nada imaginarme el dolor y la tristeza que les ha envuelto durante años.

Ignoro si habrá ceremonia de bautismo. Excluida la presencia de obispos por la innegable laicidad del Estado, la ocasión extraordinaria merece el hallazgo de alguna liturgia que simbolice la nueva etapa. Y constato el domeño de las emociones, porque ningún amigo canario me ha llamado para compartir tan gran acontecimiento, lo que prueba, aunque no lo aparente, el recato y la parquedad, la reserva y cautela de este pueblo que, por fin, puede llamar con nombre propio al Oceáno Atlántico.