TLtos pacientes ingresados en el madrileño hospital de La Paz se han quedado, al parecer, sin merienda. El millar de enfermos que, bien a su pesar, se hospedan en el laberíntico y descomunal sanatorio contribuyen desde el pasado lunes, muy a su pesar también, al esfuerzo ahorrador que demandan los tiempos que corren: desde la una del mediodía, hora del almuerzo, hasta las ocho de la tarde, hora de la cena, no probarán bocado, a menos que, como los presos y los antiguos reclutas, reciban de sus familiares algo que meterse entre pecho y espalda.

Quienes acusaban a Esperanza Aguirre de no arrimar el hombro en la actual coyuntura, como si se hubiera sublevado ella sola contra la austeridad como se sublevó contra la Ley Antitabaco o contra el aumento del IVA, deberán guardarse para mejor ocasión sus insidias: le acaba de meter un tajo brutal a lo que más quiere, la Sanidad Pública. Esperanza, que lo da todo por la Sanidad, incluso la propia Sanidad a cualquier subcontratista, no ha dudado un instante en sacrificar la merienda de los pacientes madrileños, un café y cuatro galletas María, en pos del ahorro. Es cierto que ha esperado a agosto, ese mes medio muerto, para ejecutar por sorpresa el escamoteamiento del tentempié vespertino, pero no lo es menos que en algún momento y por algún sitio había que empezar, y eso de rebañarles alimentos a los pobres en agosto era demasiado tentador.

Siempre se dijo que cuando un pobre comía merluza era porque alguno de los dos, el pobre o la merluza, estaba malo. Pero eso era antes, cuando a los enfermos, que no a los pobres, se les guardaba alguna consideración y no se les percibía sólo como gente que sale demasiado cara. En la Sanidad de Madrid se considera un dispendio darles cuatro galletas a media tarde, y ya sabemos cómo se las gasta Esperanza Aguirre, esa mujer, con los dispendios.