El desenlace del debate sobre la instalación en los aeropuertos europeos de los escáneres que desnudan a los pasajeros parece estar cerca. Tras un viaje relámpago a Washington realizado como representante de los ministros de transportes europeos, José Blanco ha vuelto convencido de que va a ser inevitable la implantación del polémico aparato en Europa. Parece cada vez más claro que Estados Unidos impondrá a sus aliados su neurosis por la seguridad aérea por encima de cualquier otra consideración. El cambio de postura de España se produce sin que se haya cumplido aún ninguna de las dos condiciones que impuso hace menos de un año el Parlamento Europeo para reconsiderar su negativa a la generalización de los aparatos: la elaboración de un informe sobre sus efectos sobre la salud y otro sobre la protección del derecho a la intimidad.

La psicosis desatada en Gran Bretaña por el atentado abortado en el verano del 2006 comportó la implantación del control de líquidos que tantas molestias ha significado para los pasajeros y tantos gastos inútiles ha generado para las administraciones. Entonces se hizo a través de un reglamento secreto y sin ningún tipo de justificación técnica que lo avalara, como tampoco ahora ningún experto garantiza que el aparato sea capaz de detectar el explosivo que portaba el terrorista nigeriano. Antes de presionar a sus aliados, la Casa Blanca debería mirar dentro de su Administración y resolver sus problemas de inteligencia. Y el Gobierno español, defender con más ahínco sus convicciones, aunque sea frente a Obama.