WEwl sangriento resultado del asalto a la valla fronteriza de Ceuta que se produjo la semana pasada no ha disuadido a los inmigrantes. Ayer volvieron a intentarlo en Melilla, con 650 personas lanzándose contra las alambradas. Casi la mitad lograron superarlas. Elevar la altura de la valla de tres a seis metros ha llevado a los inmigrantes a intentar deshacerla en vez de querer pasar por encima de ella. El despliegue del Ejército, patrullando con unas armas de fuego que no se deben utilizar en un problema así, queda como algo aparente, pero poco disuasorio; es una imagen tranquilizadora para el consumo interno español, y poco más.

Para los subsaharianos, pisar el suelo de España significa quedarse, pues no existen acuerdos de devolución con sus países de origen. Eso crea el efecto llamada. Las vallas y la política de represión marroquí empujan más en la misma dirección.

Quizá la devolución rápida a Marruecos de quienes no puedan demostrar tener derecho al asilo, en virtud de un convenio de 1992, sería más disuasorio que la presencia de la Legión. Pero Rabat se resiste a aplicarlo. Entre otras cosas, porque la UE no cumple su compromiso de ayuda económica. España debe conseguir que la UE lo haga.