TUtno puede acogerse a la sombra del campanario o del minarete o pasar de ambas. Nadie puede obstaculizar el camino a la mezquita o a la iglesia ni limitar la libre expresión de la religión en estos recintos. Por eso no me gusta la propuesta del ministro de Interior, sobre las cautelas religiosas en las mezquitas. Todo derecho es agridulce: permite y exige. En España siempre se nos ha ido la mano en las cautelas con las libertades. El derecho a expresar las propias creencias, por mucho que a lo largo de la historia las mismas iglesias hayan sido las primeras en la intolerancia y en el uso de la coacción contra los heterodoxos, parece un derecho fundamental. La declaración de los derechos del hombre de 1789 así lo dice: "Nadie debe ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, si no altera el orden público". Y ahí pudiera estar la clave de la cuestionada propuesta ministerial: todo derecho arrastra una deuda y toda libertad una vinculación, en este caso, una convivencia en paz. Parece obvio que un estado moderno ha de contar con suficientes medios para controlar al imán y a sus seguidores fuera de la mezquita si existe sospecha al respecto, como lo hace con los demás ciudadanos. Se empieza por controlar musulmanes y se acaba deteniendo a ateos. ¡A Alá lo que es de Alá!

*Filólogo