De abril en adelante, las casetas de las ferias del libro salen a las calles como los caracoles, los mosquitos, las dalias, los cantuesos o las amapolas.

Se arman sus maderas en todo pueblo o ciudad que se precie y volúmenes y ejemplares que permanecían alienados en baldas de madera todo el año en sus cobertizos o laboratorios, se exhiben y se explayan bajo los nubarrones, paraguas, truenos, solaneras o indiferencia.

La indiferencia es legítima y está archiprobada, sus dueños se ven venir de lejos y de toda la vida, despreocupados y displicentes. Claro.

Pero, ojo, el lector apasionado, agitado, arrebatado --tan escaso como limitado-- tiene un detective interior y va detrás de los títulos --las pruebas-- las ediciones, las novedades, las antigüedades, los autores, traducciones o editores, como un ojeador o un mantero cualquiera en batidas sutilmente hojas y hojas hojeando, como un cazador cazado