Después de un decenio como canciller del Exchequer, Gordon Brown alcanzó el tan acariciado sueño de ser primer ministro en junio del año 2007 al tomar el relevo de Tony Blair tras su glorioso decenio en Downing Street. Como ministro de Economía, Gordon Brown presidió también un periodo de crecimiento económico sin precedentes, con baja inflación y mínimas tasas de desempleo y, pese a su proverbial prudencia, aumentó el gasto, subió los impuestos y la deuda pública.

Contrariamente a lo que esperaban sus cada vez más escasos seguidores dentro del Partido Laborista, Brown ha introducido escasas ideas de valor desde que asomó la crisis económica, y las cosas han ido a peor y en favor de su oponente conservador, David Cameron, desde que introdujo un pequeño aumento universal en la declaración de la renta. Había dejado de ser Robin Hood, el héroe de Sherwood, para convertirse en un contable malcarado.

Nadie le discute a Gordon Brown su dedicación y su entrega al país, además de su integridad. Abrumado por la responsabilidad del cargo de primer ministro que ostenta, cada día a las seis de la mañana Brown ya entra en acción cuando sus colaboradores ni siquiera han tomado todavía conciencia alguna de la realidad.

Pero el jefe del Gobierno británico no presenta fibra ni estilo, y no es el dirigente moderno y vigoroso, contemporáneo y dinámico, persuadido de su papel y capaz de unificar y dar impulso a su partido, ante el que se dispone a rendir cuentas en el congreso anual que el pasado sábado se inauguró en la localidad de Manchester.

Su liderazgo al frente del Partido Laboralista es muy precario, hasta el punto de que algunos observadores dictaminan que es el primer ministro más impopular desde los tiempos de Neville Chamberlain en el primer tercio del siglo pasado. Las cosas no podían pintar peor para Gordon Brown, con unos sondeos fatalistas y una opinión interna en el Labour muy categórica, según el Ipsos Mori.

Más de la mitad de los militantes de su partido, exactamente un 54 por ciento, quieren que Brown dimita, y un 45 por ciento considera además necesario un cambio de líder antes de las elecciones del próximo 2010.

Y la revista estadounidense Time se pregunta si el tory Cameron será el próximo dirigente del Reino Unido, quien obtiene los mejores resultados desde la era Thatcher.

Pero, como escocés tozudo que es, Brown, que no se caracteriza precisamente por la modestia cuando se trata de hacer exhibición de sus credenciales, presentará batalla desde su Alamo particular en el discurso que debe pronunciar este próximo martes en la asamblea del partido, donde seguramente exhibirá su buen hacer como ministro del Tesoro en unos tiempos claros de vacas gordas, unos logros que claramente se olvidan con total facilidad cuando soplan vientos de fronda.