XAxl fin, ayer por la tarde, los 115 cardenales electores quedaron encerrados con una sola paloma volando sobre sus cabezas. En la paloma, los místicos simbolizaron al Espíritu Santo, que es la respiración y la inspiración de Dios. Los reunidos creen en el vuelo confidente de la sagrada paloma, pero saben, aunque no lo digan, que vuela por el aire de la Capilla Sixtina y los salones de la residencia Santa Marta con las alas que ellos le dan. La dirección del vuelo del Espíritu Santo se va definiendo en calculadas y sutiles estrategias a través de pactos y conspiraciones --santas, por supuesto-- que van definiendo las distintas candidaturas. Los candidatos tienen que disimular en los pliegues verbales de la humildad sus aspiraciones, porque sería un suicidio expresar las intenciones papales. Ninguno confesará el sueño de vestirse con la sotana blanca, aunque la sotana blanca envenene sus sueños.

Una pregunta sale al encuentro de los reunidos: ¿Quién podrá ser y representar el papel de papa después de tanta grandeza? Después de tanto magisterio omnisciente, ¿alguien tendrá el valor de seguir hablando? Hubo momentos, durante los días del fervor emocional, en los que se dijo que Juan Pablo II había marcado para siempre el icono del papado. Ya sólo se podrá ser papa como él lo fue.

Un cardenal sensato afirmó que ya estaba tocando a Dios personalmente y que Jesús había salido a su encuentro. Un diluvio de alabanzas cubrió el cadáver del pontífice muerto. "Vere filius Dei erat iste", repetían los monseñores de la curia parodiando al centurión romano del Gólgota. Juan Pablo II fue el gran divo de la religión catódica, una variante tumultuosa del catolicismo. Entendiendo por tumultuoso el fervoroso entusiasmo de las multitudes. Su enorme capacidad de seducción fascinaba a las cámaras, que seguían minuciosamente todos sus movimientos. El pequeño círculo que le rodeó en los últimos días confiaba en sus sobrenaturales dotes de representación cuando le expusieron ante el mundo con todo el abecedario del dolor en el rostro agónico. Lo que podía considerarse una crueldad fue un signo de la gracia de Dios y de la grandeza del hombre llamado Karol Wojtyla. Resistió y superó aquellos despiadados primeros planos. Le calificaron como grande y lo era. Era capaz de llenar los estadios, mientras se iban quedando vacías las iglesias.

A solas con el vuelo de la paloma; los cardenales meditan, maniobran y votan. También rezan. Tienen las recientes imágenes del delirio de las masas en el recuerdo, pero, para muchos de ellos, no es la hora de recordar, sino la de mirar hacia delante, la de ver las carencias y necesidades de la Iglesia.

Los cardenales saben que a un papa que ha marcado demasiado la historia de su tiempo debe sucederle otro de distinto talante, de estilo diferente, de lo contrario le devorará la sombra de su glorioso predecesor. No podrá competir pisando los pasos de Wojtyla en sus movimientos ante los medios, ante las cámaras, ni ante las multitudes. Con Juan Pablo II, el cantor era más importante que la canción. Se le prestaba más atención al mensajero que al mensaje.

Tendrá que ser un papa diferente y dar solución a problemas distintos. Ya no podrá ser un campeón del anticomunismo, porque el comunismo ha caído. Pero existen otros problemas y muy graves. El cardenal Danneels , arzobispo de Bruselas, apuntó que hay que darle a la mujer mayores responsabilidades en la Iglesia. Las ceremonias de despedida fueron imponentes, allí había cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos y abades revestidos con los atuendos más vistosos que se pueden contemplar sobre la tierra. Púrpuras, sedas, oros y armiños, sabia y armónicamente combinados. Ni una sola mujer lucía esos modelos, todos eran hombres. Las mujeres no tenían papel ni sitio en el amplio escenario. Es cierto que la Iglesia y los papas han escrito maravillosas palabras sobre la mujer, han hablado sobre su importancia para la Iglesia, pero poder, lo que se dice poder, no le han dado nunca. Palabras.

La gran revolución de finales del siglo pasado y de comienzos de este milenio ha sido la de la mujer: la Iglesia tendrá que dar respuestas adecuadas si no quiere perderlas.

Cardenales como el brasileño Claudio Hummes o el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga conocen la realidad del continente iberoamericano, donde viven la mitad de los católicos. En Brasil, cada año, medio millón de católicos se pasan a las diversas ramas del protestantismo y en otros países está ocurriendo algo parecido.

Este hecho cobra particular gravedad cuando estas conversiones se dan entre las clases pobres. La Iglesia de los pobres y el compromiso con los pobres es un magnífico objetivo, pero el desafío es cómo convertir en realidad tal planteamiento, sabiendo que la teoría sin la práctica es un carro sin eje. Se ha predicado contra el liberalismo salvaje, pero, entre nosotros, el partido que defiende el mercado como dios supremo recibe el apoyo de la voz de la Iglesia, y llamo en este caso voz de la Iglesia a la emisora de los obispos. Estremece oírla. También reflexionarán sobre Africa y en las estrategias electorales saldrá el nombre de ese continente abandonado a la desventura. Ahí, donde la tierra es un verdadero valle de lágrimas, el islamismo crece dos veces y media más que el catolicismo. Es difícil comprender la obsesiva prohibición del uso del preservativo para atajar el sida. Además, es el único modo realista de atajarlo, lo dice la Organización Mundial de la Salud. Pedir castidad a las africanas y africanos es confundirlos con miembros de un convento de trapenses o de carmelitas. En el mapa de la sexualidad, la Iglesia tiene que replantear viejas posturas si no quiere convertir su predicación en una monotonía hueca que nadie sigue ni obedece.

Podría seguir desgranando problemas y desafíos que me llevarían a la misma conclusión: no es oportuna, ni aconsejable, una clonación de Juan Pablo II en el cónclave que ayer se abrió. La canonización es otro problema.

*Periodista