Escritor

En la primavera de 1905 Herman Hesse recorría a pie las orillas del lago de Como cuando decidió hacer parada en un bello albergue. Un nutrido grupo de hombres de aspecto venerable, al decir del propio Hesse, mantenían alrededor de la barra una encendidísima charla acerca de las maravillas del oso alpino. Cada cual daba su versión. Todas coloristas y apasionadas, llenas de manotazos y gesticulaciones, en ese modo sabroso para el que tan bien dotada está la lengua italiana. Lo que más llamó la atención de Hesse fue sin duda que aquellos señores se mostraban excitados con la posibilidad no remota de tener un encuentro con el oso en una excursión que planeaban para la mañana siguiente. Herman Hesse por su condición de extranjero, de joven y por el hecho de que además permanecía ajeno a la algarabía general tomando notas en su cuaderno de viaje, debía parecer una rareza exquisita para los ojos de aquellos hombres de las alturas. Así pues, en un momento determinado, uno de los italianos no pudo contener su curiosidad y se acercó a preguntarle si acaso él había tenido la fortuna de encontrarse en su ascensión con algún ejemplar de oso alpino. Herman Hesse, haciendo gala de su timidez extrema, tuvo miedo de aparecer a la opinión de aquellos desconocidos como un auténtico lechuguino y por no defraudarles y por ganarse su amistad y un poco de respeto se ciñó de valor y contestó:

--Verlo, en realidad no he visto ninguno, pero sus gruñidos sí que los he oído con frecuencia durante todo el trayecto.

Los hombres se miraron los unos a los otros sin saber qué responder, hasta que estallaron en una carcajada que 40 años después, cuando Hesse recomponía sus recuerdos de juventud, aún seguía retumbándole en la memoria, para rubor suyo.

Porque resulta que aquellos hombres eran entomólogos celebrando un congreso anual, y el preciado oso alpino una rara especie de mariposa que sólo habitaba en aquellas espesuras.

Viene esto a cuento porque hace apenas unos días, alrededor también de una barra, escuché a ciertos hombres comentar una noticia sacada de las páginas de este mismo periódico y que hacía referencia al modo escandaloso en que están incidiendo las enfermedades venéreas en la juventud de Extremadura. Sólo un cúmulo de circunstancias me habían situado codo con codo con esos hombres a los que no había visto en mi vida. Yo trataba sencillamente de leer la prensa y tomar un café esquivando los empellones de saliva que se desprendían al largar sus opiniones soeces, cuando uno de ellos se encaró conmigo y me pidió mi parecer.

--¿ Y usted qué opina, jefe?

Confieso que soy tímido hasta la náusea, y que eso mismo me lleva a cometer atrevimientos de los que luego suelo arrepentirme dolorosamente, pero ya tarde y sin remedio.

Efectivamente, cuando quise darme cuenta estaba narrándole a esos hombres casi cromañónicos, con toda la pinta de no haber abierto un libro en su vida, la anécdota de aquella prostituta rusa que escamoteó los controles sanitarios a los que obligaba el Estado durante todo el tiempo que sus fuerzas le consintieron sólo por darse el placer de contagiar de sífilis y otras cosas peores al mayor número de hombres. A tanto llegó el odio y el desprecio que sentía por la humanidad.

--¿Y de quién dice usted que es esa historia?

--De Alejandro Kuprin.

--Joder con el Karpin, qué figura, ese sí que es un futbolista con cerebro y no otros, que parecen maniquíes.

--Pchss... pues de esas historias cuentan que es un no parar cada noche en El larguero .

Yo traté de imponerme, incluso a uno que pasaba por allí y que era el único que quiso mirarme, traté de explicarle el error, pero ya la llama estaba encendida y no había modo humano de contenerla. Las voces sobre fútbol y sobre futbolistas inundaron el bar como una invasión alienígena.

Mientras que el camarero me daba mis veinte céntimos de vuelta, escribí en una servilleta de papel aquellos versos de Goethe: "Existo para asombrarme". Y me fui de regreso a casa decepcionado una vez más conmigo mismo, pero con la viva ilusión de encontrarme por una calle con el gruñido alado de un oso alpino.