El Salón Internacional del Cómic arrancó ayer con la presencia de una figura enciclopédica de la subversión cultural: Alejandro Jodorowsky Prullansky (Tocopilla, Chile, 1929). Más que preguntar a qué clase de arte se dedica este hijo de judíos emigrados de Ucrania habría que preguntarse a qué no se dedica.

Además de novelista y guionista de grandes dibujantes como Moebius, es cineasta de culto (realizador de las exóticas películas El topo y La montaña sagrada, rodadas cuando vivía en México y que entusiasmaron al beatle Jonn Lennon, que incluso le dio dinero); dramaturgo (inventor con Arrabal y Topor del Grupo Pánico, nacido en París como respuesta provocadora al surrealismo de Breton, al que consideraba burocrático); actor; mimo (alumno de Marceau); echador de cartas del tarot, y creador de la psicomagia, una técnica para curar al personal a base de actos teatrales y cosas así.

También ha descubierto la psicogenealogía ("el árbol genealógico nos crea un destino"), que explica en su libro Donde mejor canta un pájaro. Pero Jodorowsky pasará a la historia como el artista que se nutre de todo aquello que sus egregios colegas califican de subcultura marginal. "El alimento del arte --proclama-- es lo despreciado". Por eso él se inspira en el cómic, la fotonovela, la pornografía y hasta en las artes marciales. Jodo es un caso.