TBtilbao se ha llenado de palomas blancas. Por los parques, por las plazas y por las calles revolotean agitando sus alas limpias, alborotan a los niños con sus bailes alocados y estos rompen sus agudos griteríos contra el aire; incitan a los caminantes a cruzar con lentitud el bulevar, algunos temen pisarlas; a otros les gustaría atraparlas para que no se fueran nunca. Encienden, estas palomas intrusas, la apagada luz de la ciudad. El cielo, tan gris, tan manchado por los suspiros oxidados de las fábricas, tan cansado de llorar sobre el tránsito incesante de las gentes, ha sido invadido por miles de palomas espumosas que avivan las alturas con sus animados aleteos. E incluso el museo Guggenheim ha cambiado las grandes escamas plateadas que cubren su estructura por blancas lentejuelas.

Los bilbaínos exclaman: "¡Han vuelto las palomas blancas!" Conjeturan sobre su procedencia y la prolongación de su permanencia en la ciudad. "Son africanas y vienen huyendo del calor, se irán en octubre", afirma un anciano con una ancha boina negra calada en la cabeza. "¡A lo mejor son mensajeras!", exclama un joven adolescente. "¡Hala!, ¿tantas?..., ¡burro!", le reprende su chica, dándole un cariñoso empujón en el brazo. Algunos dicen que van de paso, como aquellas que se detuvieron hace siete años y luego se marcharon dejando la ciudad llena de excrementos y plumas sucias. Otros creen que se quedarán para siempre. Muchos piensan que son las mismas que abandonaron Bilbao, hace más de treinta años, huyendo de unos halcones voraces.

Un anciano con larga melena plateada y hechuras de recio marinero comenta: "Son las palomas del viejo Pablo , que se han escapado de su pincel". A lo que otro anciano que le acompaña, calvo y moreno, con los ojos muy negros y muy vivos, contesta: "No, no, seguro que vienen de los versos blancos del poeta Rafael ".

Un niño atrapa una paloma con ambas manos y se la enseña a su padre. El padre acaricia la cara del niño y le dice: "Déjala volar, hijo, déjala volar".

*Pintor