La aparición de un caso de vaca loca en EEUU ha generado, otra vez, una alarma mundial. Japón y otros países asiáticos, Rusia y Australia, han cerrado fronteras --expresión más grandilocuente que efectiva-- a las importaciones de carne procedente de EEUU. La memoria reciente de la neumonía asiática y la más lejana de lo sucedido en Europa con el síndrome de las vacas locas ha hecho el resto. La UE no ha tomado medidas porque ya mantiene un contencioso, por el uso de hormonas y pienso transgénico, que limita la importación de carne de EEUU.

El nuevo brote ha sorprendido porque EEUU siempre había exhibido su modelo de ganadería extensiva frente al intensivo europeo. En pocas horas, buena parte de los países desarrollados a ambos lados del Pacífico han invertido su doctrina económica, y han sustituido las bondades de la globalización por la necesidad del proteccionismo más extremado. Como afecta a un sector estratégico de la economía estadounidense, con el agravante de la extrema sensibilidad de sus consumidores, la crisis está servida. Aunque aún es pronto para saber si esta primera vaca loca es un caso aislado o demuestra que, hasta ahora, los controles en ese país habían sido muy laxos.