Aunque Juan José Ibarretxe no ha conseguido transformar su foto en el banquillo en pértiga de lanzamiento electoral, la campaña para las elecciones vascas del 1 de marzo ya está en marcha. Como todo lo que sucede en Euskadi exuda excepcionalidad, porque nosotros mismos nos negamos la normalidad y porque esta se nos niega desde distintos ámbitos, también las elecciones próximas van a ser algo más que elecciones. Será la misma democracia la que estará en juego. O la paz, o el respeto a todas las opciones. Como piensa más de uno, serán las mismas libertades europeas las que estarán en juego. Demasiado para quienes solo pretendemos vivir sin amenazas, hacer política en igualdad de condiciones, pensar, expresarnos y vivir en libertad.

Es probable que un examen riguroso del derecho lleve a pensar que nunca se debió abrir juicio oral contra Ibarretxe, Patxi López, Arnaldo Otegi y otros. Pero es de todo punto incorrecto que con esa apertura de juicio oral se haya querido perseguir judicialmente el diálogo como camino para lograr la paz. La acusación se dirigía a los representantes de una Batasuna ilegalizada que tenían prohibido actuar en nombre de ese partido. Los demás se encontraban imputados por colaborar. Ni Ibarretxe tenía posibilidad alguna de lograr la paz llamando a consultas a Batasuna. Lo sabía él, lo sabía ETA y lo sabía todo el mundo; otra cosa es su pretensión de protagonismo cuando el Gobierno central, que se suponía que sí podía hacer algo, había abierto un proceso de paz, fracasado, como bien es sabido. Conviene no confundir los planos. Y hoy el discurso oficial no habla de llegar a la paz vía diálogo, sino de derrota de ETA, cese efectivo de toda violencia --lo que significa desaparición de ETA--, y solo entonces diálogo. ¿Para qué?, ¿con quién?, se puede preguntar.

XCOMO EN LAx antesala de todas las elecciones convocadas desde la ilegalización de Batasuna, aparece el debate de la licitud democrática de impedir que algunas opciones que no condenan la violencia puedan presentarse a las mismas. Se persiguen ideas, se dice. Se afirma que es injustificable que se impida que miles de vascos puedan votar a quienes representan su ideología. Se dice que se obstaculiza la incorporación al sistema de la izquierda radical nacionalista.

Veamos: Eusko Alkartasuna afirma permanentemente que es independentista, que es de izquierdas, que persigue los mismos fines que ETA/Batasuna. Es más: el lendakari y el PNV han afirmado más de una vez que lo que les separa de ETA son los medios, pero no los fines --y muy pocas veces, que también les diferencian los fines--. Pero aún hay más: Aralar es una opción independentista, radical, mucho más de izquierdas que nada que pueda existir en el panorama político español de partidos. Y se presentan a las elecciones. Y obtienen representación. Y nada hay en España que intente impedirlo. Y no pasa nada. Nadie se escandaliza. Ni el llamado nacionalismo español. Algo más: ¿se puede querer votar lícitamente a una ideología que excluya a la mitad de la población, digamos machista, y que niega la igualdad de las mujeres? Los nacionalistas radicales quieren excluir a la mitad de los vascos.

Conozco a algún nacionalista vasco que otro que, acostumbrados a todo como estamos, se sonreiría si escuchara que su reacción a la presentación de la candidatura D3M (la nueva marca de ETA/Batasuna) representa la ira del nacionalismo español. Somos bastantes los que cuidamos la lengua vasca, incluso impartimos clases en la universidad en ella, la tenemos como lengua de familia y social, hemos sido nacionalistas hasta que el nacionalismo llamado democrático se subió al monte de Estella/Lizarra --en cuyas cercanías, por cierto, está Montejurra-- y que consideramos correcto que esa nueva marca no pueda presentarse a las elecciones, porque, por no hacer, ETA/Batasuna no ha hecho ni el más mínimo esfuerzo por disimular que se trata de su representación. Obedeciendo a directrices de ETA conocidas por los ciudadanos vascos.

Los ciudadanos vascos independentistas radicales de izquierdas tienen a quien votar, si lo que les importa es la ideología. Si dicen que no pueden votar, es porque no les preocupa la ideología, sino otra cosa. Lo mínimo que se puede pedir para participar en la vida democrática en igualdad de condiciones con los demás es condenar la violencia. No se pide no perseguir fines anticonstitucionales, como es el caso en la Alemania que tantas veces sirve de comparación. Lo que queremos muchos vascos es la libertad de poder no ser radical independentista de izquierdas, poder no ser nacionalista vasco sin pasar miedo, ni sentirse amenazado. Pedimos algo de libertad. ¿Será demasiado?

Pero, ya que el argumento de la eficacia de los medios para la justificación de los fines posee tanto favor público --si se hace algo para lograr la paz, no puede ser criticado ni perseguido--, ahí va otro: si el PNV pasa a la oposición tras el 1 de marzo, el fin de ETA será más fácil y estará más próximo. Ese paso a la oposición será como un terremoto. Nada será igual después. Y cuando, junto a ello, desaparezca ETA, se verá cuál es la fuerza real del nacionalismo vasco. Y empezaremos a conquistar algo de normalidad.

*Presidente de la asociación cultural Aldaketa (Cambio para Euskadi).