Hace tiempo que no bullía la calle de Cáceres como lo ha hecho estos últimos fines de semana. A la muchachada feliz se sumaba esta vez la adulta riada de gente que iba de festival, lo que producía una especie de simbiosis ciudadana de distintas generaciones, digna de tenerse en cuenta.

Una serie de acontecimientos han colaborado al éxito de este festival Play de Cáceres: por un lado la elección de la plaza Mayor, que a pesar de sus límites, proporciona al ciudadano un tradicional reclamo para este tipo de eventos y un acceso fácil para entrar y salir y permanecer o no en el concierto, según el estado de ánimo que el mismo provoque.

Por otro, el hecho de celebrar el festival a lo largo de varios fines de semana: mientras se degustaban los sones del último concierto, ya se segregaba saliva por el siguiente, lo que prolongaba en el tiempo y en el ánimo la atención por el evento y producía un efecto de calado similar al que produce la lluvia fina sobre el campo.

A lo anterior habría que sumar la presencia de grupos extremeños al lado de figuras del primer nivel, vista con agrado por un buen número de extremeños no especialmente adictos a festivales musicales, pero seducidos esta vez por las características que éste ofrecía.

Se puede estar o no de acuerdo con el programa y con el formato y hasta se podrá demandar cambios para mejorar las convocatorias venideras, pero este festival ha ido más allá que otros, porque ha sido el festival que ha hecho renacer en Cáceres el sentimiento identitario de una población que ha concedido, con su participación, carta de naturaleza al principal proyecto público que tiene la ciudad, al presente y el futuro que la define, a día de hoy, como postulante de la capitalidad cultural del año 2016.

Si el agradecimiento es esta vez hasta oportuno para los organizadores, el aplauso ha de concederse a esos ciudadanos que decidida y resueltamente han dado un paso adelante y han asumido un proyecto tan sugestivo como el que tiene esta ciudad a la vista.