Las primarias del supermartes han tenido efectos muy diferentes en el campo de los partidos demócrata y republicano. Mientras los senadores Hillary Clinton y Barak Obama parecen en condiciones de mantener el pulso hasta el último estado, el senador John McCain ha desbrozado el camino para llegar a la convención del Partido Republicano claramente por delante de sus oponentes, Mitt Romney (que a última hora de ayer decidió dejar la campaña) y Mike Huckabee, que no desiste, que no baja la guardia por ahora pero seguramente verá muy reducidas en los próximos días las contribuciones a su campaña.

A todo ello debe añadirse la impresión de que el núcleo duro del partido republicano da por perdida la batalla para contrarrestar el empuje de McCain, que no le complace porque es un heterodoxo, y en cambio, el establishment demócrata, aunque prefiere a Clinton, mantiene la prudencia y el comedimiento ante la disputa más reñida y apasionante desde que John F. Kennedy ganó la nominación en 1960.

Otra actitud por parte de los dirigentes orgánicos de los demócratas sería precipitada. Porque, por un lado, es cierto que la senadora ha ganado en las dos primarias más importantes del supermartes --las de los estados de California y Nueva York, los más poblados-- y que ha vencido en el de Massachusetts, con lo que tiene de valor simbólico, toda vez que es el estado de los Kennedy, y esta influyente familia, ha prestado su apoyo a Obama. Pero no es menos relevante que éste se ha hecho con la victoria en 14 de los 22 estados en liza, se ha consolidado como el candidato favorito de la minoría negra --algo, por otro lado, lógico--, los jóvenes y los varones blancos, frente a la preferencia hispana y de las mujeres --también lógico-- por Clinton. Una realidad electoral que, contra lo que querían los estados mayores de los candidatos, subraya la división por motivos étnicos, de sexo y de edad dentro de un partido que en su tradición histórica lleva a gala ser el de las minorías.

De momento, el gran motor de la campaña es la idea del cambio necesario para el país, esgrimida con pasión por ambos candidatos, pero todavía muy difusa, muy poco concretada en compromisos para el futuro, incluida la crisis de Irak, que es el verdadero talón de Aquiles de la gestión republicana. En el léxico de Clinton y Obama se multiplican las alusiones al final de un periodo que ha arruinado la imagen exterior de Estados Unidos, ha disparado el déficit público, incrementado las desigualdades y asustado a las clases medias, temerosas de entrar en una etapa de recesión.

Pero, y es consecuencia del práctico empate técnico con el que se ha resuelto el supermartes , cada vez se hace más difícil a los aspirantes a la nominación entrar en detalles, conscientes de que, en la insólita igualdad de la competición, cualquier error de cálculo puede tener efectos imprevisibles en el comportamiento del electorado demócrata de aquí a la convención decisiva del próximo verano.