Es sorprendente la incoherencia del mea culpa global en la reciente cumbre de la FAO. Zapatero, por ejemplo, prometió 500 millones de euros para programas de seguridad alimentaria; el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, propuso los agrocombustibles de segunda generación, y el director de la Organización Mundial del Comercio (OMC) dijo que la solución pasaba por la liberalización de la agricultura. Hay incoherencia porque de esta manera se fortalece el modelo agrícola industrial basado en la producción intensiva y en la mercantilización de un derecho básico: la alimentación. La liberalización de los productos agrícolas ha permitido la creciente especulación en bolsa del precio de algunos alimentos básicos. De acuerdo con la consultora Agresource, en EEUU --el mayor exportador mundial de trigo, maíz y soja-- el valor de las compras de estos cereales ha representado cerca de la mitad del de la cosecha total. El sistema se basa en una creciente concentración corporativa de toda la cadena productiva. Son muy pocas las empresas que controlan el comercio mundial de los cereales y, por tanto, son considerables por su poder sobre los precios y los beneficios. En cuanto a los efectos en el medioambiente, la agricultura industrial y la desforestación que sigue causan el 13,5% y el 18,2% de las emisiones de los gases de efecto invernadero. Además, en todas las fases de la producción intervienen los combustibles fósiles. Los campesinos del mundo no piden seguridad alimentaria, sino soberanía alimentaria. Pero estas voces fueron excluidas de la reunión de la FAO, cuyo discurso oficial sigue estando vacío.

Mónica Vargas Collazos **

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