Después de que el exdefensor del pueblo de Aragón, Emilio Gastón, fuera expulsado del Congreso por entonar La Marsellesa, podemos afirmar que la virgen del Pilar ya quiere ser francesa. Un grupo de desconocidos había empezado a cantar el himno francés en la tribuna pública y, con emoción, movido por un resorte del inconsciente, el ciudadano Gastón se sumó al coro.

Por el furor de la presidenta, la señora Rudi, aragonesa también, pero de los otros, y por los gestos de la mayoría, no le hace ninguna gracia a la gente del PP que le entonen el "allons enfants de la patrie". Sus notas, en el Congreso de los Diputados, que es algo así como la catedral de la españolidad, para muchos parlamentarios fueron un sacrilegio. Menos mal que ahora estamos todos en la Unión Europea, en la que unos y otros tenemos que convivir. Si no, los del PP propondrían que se volvieran a poner los Pirineos separadores donde estuvieron siempre. Les basta el amor que el señor Bush profesa al señor Aznar.

Volveremos a oír el himno en algún acto contra la guerra. Todo vuelve y a los que lo entonen como símbolo de paz --aunque su letra es sangrienta--, desde el PP se les llamará despectivamente afrancesados, con lo cual se recuperará un lenguaje del siglo XIX. La postura del señor Chirac ante el conflicto ha hecho cambiar la vida de muchos norteamericanos, que han declarado el boicot a los vinos y a los quesos franceses. Aquí ocurre algo parecido. En muchas casas ha desaparecido la tortilla a la francesa, que ha quedado sustituida por la tortilla a la española, lo que constituye un acto de afirmación antifrancesa.