En la noche del miércoles, 12 cabras del vecino de Arroyo de la Luz Jaime Sanguino aparecieron con las ubres mutiladas. El veterinario tuvo que aplicarles una inyección letal para que dejaran de sufrir.

No se conoce al culpable. Pero eso es solo un decir. La realidad es que sí se le conoce. Y muy bien. Falta saber, es verdad, su nombre y sus apellidos, y hay que confiar en que la Guardia Civil logre despejar esa incógnita en las próximas horas. Pero su índole, su verdadera identidad, esa que no es necesario que aparezca en el carnet, es imposible de ocultar. Porque al mutilar tan salvajemente a los animales lo que ha hecho es pregonar que es alguien con el alma mutilada. No es fácil encararse con una información como la que ayer, y hoy, publica este periódico. Porque pocos sucesos hay que reflejen tan fielmente la cara de la crueldad humana. Toparse con ella, aquí, en Arroyo de la Luz, es descorazonador.

Ojalá caiga sobre el autor de la barbaridad el peso de la ley. Pero eso no reconforta porque, aunque pague, lo que arranca el ánimo al más templado es el martirio de saber que entre nosotros hay alguien sin alma capaz de ser cruel hasta mutilar a doce cabras y que sea capaz de guardarse la culpa y no le brote como un vómito hasta salir, incontenible, por la boca.