Metidos ya en gastos para guardar los residuos nucleares, podríamos aprovechar para poner a buen recaudo la dialéctica tóxica que genera esta pasión tan española por abrir más debates de los que podemos aguantar sin marearnos. Luego, al día siguiente, ninguno recuerda lo dicho el anterior y pasa lo que pasa. Cada vez que quieren colarnos algo sin que nos enteremos, abren un debate. La próxima vez que alguien le sugiera abrir uno con su sonrisa más franca en el expositor de la cara, pida ayuda.

Llevamos unos días muy eficientes para la producción de debates tóxicos. Primero, la derecha en pelotón abrió por enésima vez el de la inmigración. A ver si reformamos la ley otra vez, en busca de la fórmula para desconectar a los inmigrantes cuando no trabajen, para que no estorben. Lo que sea para no afrontar la cuestión: se les quiere porque nos hacen mejores, o no se les quiere porque suponen un problema. Después se empeñó el PP en hablar de la cadena perpetua. A ver si con la quinta reforma del Código Penal lo ponemos bien duro. Dijo el Gobierno si abríamos el debate sobre las pensiones, y sin previo aviso nos calzó dos años más para seguir debatiendo. Ahora vamos de debate nuclear. Quienes decían estar a favor, resulta que están en contra en su circunscripción electoral. Quienes decían impulsar su fin, ahora se lo están pensando. Es legítimo y su problema que los ayuntamientos pujen por el maná nuclear. Es humano y su problema que ningún candidato quiera una foto atómica en campaña. Pero resulta nocivo y nuestro problema llevar 20 años de debate energético rehuyendo la gran pregunta: ¿se asume el riesgo nuclear, sí o no?

Se otea en el horizonte otro debate: la educación. Los padres quieren un sistema que arregle cuanto se estropea en casa. Los gobiernos quieren que el sistema funcione gratis. Los profesores solo esperan no acabar rellenando otra tonelada de papel. Podemos debatir hasta el aburrimiento sobre esfuerzo y disciplina. La cuestión real seguirá siendo la misma: dinero, más dinero y mucho más dinero, y que los padres no traten a la escuela como un contenedor o un correccional.