Haciendo zapping el otro día (deporte frustrante donde los haya, salvo que uno dé con alguna de las pocas cadenas dignas de verse, como ´La 2´ o el ´Canal 24 horas´, de RTVE), fui a parar a una de esas emisoras de la ultraderecha, cada vez más desatadas, que emitía un programa sobre el proyecto de Ley de muerte digna anunciado por el Gobierno. En ese momento hablaba un médico que, aunque de posiciones lejanas a las mías (no me refiero a sus puntos de vista profesionales, claro, sino a los ideológicos) mantenía posturas razonables. Conservadoras, pero razonables. Aducía que la ley no era necesaria, pues en la actualidad ya se aplicaban protocolos para evitar no solo el dolor físico a los enfermos terminales, sino el sufrimiento propio de esas situaciones, y mencionaba la existencia de unidades hospitalarias dedicadas a cuidados paliativos... Razonable, ya digo.

Sin embargo, a la presentadora del programa debió parecerle escasa la beligerancia del entrevistado, jefe de un servicio oncológico, y no se anduvo por las ramas. "El proyecto de ley -le preguntó- ¿no encubrirá el propósito del gobierno socialista de acelerar el fallecimiento de muchos ancianos, con el fin de ahorrar en gasto sanitario?". Así, sin anestesia.

Me pareció tan infame la pregunta, tan falta de ética profesional, que si no estuviera uno curado de espanto habría saltado del sillón para acudir a alguna institución defensora del espectador, de la cordura o, sencillamente, de la ausencia de demagogia en la pugna política... Debiera perseguirse el diario cultivo de insidias como la que comento, que no harán mella en la inmensa mayoría de los ciudadanos, pero hallan eco en círculos escasos de formación, fanatizados y deudores de las épocas más oscuras de nuestra historia.

En los años finales del franquismo se hablaba del búnker o la caverna para referirse a los sectores más extremistas del mismo. Hoy sería erróneo utilizar esas expresiones. Pero no porque los grupos a que se referían ya no existan. Más bien al contrario: porque han renacido y no se ocultan; la caverna en que se escondían ha quedado libre. Cada vez se exhiben más abiertamente y aunque su tropa se aproveche del anonimato y la impunidad que facilitan medios como Internet, donde son una plaga, sus ayatolás han perdido todo pudor y vocean desde modernos minaretes lo que hasta ayer solo se atrevían a decir entre tinieblas.