Sí, queridos lectores, me siento amedrantada por los ‘gorrillas’. Da igual que estén en Plasencia, en Cáceres, Badajoz o Madrid, yo me siento en la obligación de darles unas monedas para evitar temblar por mi vehículo.

Cuando se me pasa este miedo y me desaparece la tiritona de las piernas, me sube una indignación inimaginable contra las autoridades que no realizan su trabajo evitando que estas personas campen a sus anchas, que acosen a los ciudadanos (por cierto, lo que pagamos los impuestos) con la impunidad más absoluta y que ganen dinero ilegalmente. Porque, digo yo, si se trata de una actividad ilegal, algo se podrá hacer.