Desde la caída del régimen de los talibanes (en el mes de diciembre del 2001), la comunidad internacional está aunando esfuerzos para estabilizar la situación en Afganistán con el objetivo de sacar al país del atraso feudal y organizar un régimen formalmente democrático, bajo tutela militar de la OTAN y protectorado económico occidental. Lejos de haberlo logrado, todo parece indicar que los talibanes y sus aliados de la organización Al Qaeda vuelven al escenario de la guerra, como revela el atentado dirigido ayer contra el vicepresidente de EEUU, Richard Cheney, cuando se encontraba en la más importante base norteamericana en territorio afgano. Se da la circunstancia de que esta acción terrorista se produce una semana después de que el jefe militar integrista hiciera la promesa macabra de que el país habrá de vivir una primavera sangrienta.

El fracaso que ha significado que este atentado se haya producido resulta clamoroso y no solo afecta a los estadounidenses, incapaces de prevenir el ataque en la base de Bagram, sino a todos los actores en un país martirizado por el opio y los señores de la guerra, representantes de la estructura feudal, y con un Gobierno cuya autoridad apenas traspasa la periferia de Kabul.

El mandato de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF en sus siglas en inglés), controlada por la OTAN, se extiende a todo el país, por lo que está en juego su credibilidad y eficacia. Pero, sin enemigo desde la desaparición de la Unión Soviética, la Alianza Atlántica se muestra incapaz de preservar la cohesión, como demostró en su reciente reunión de Sevilla al plantearse, a instancias de EEUU, el envío de más tropas a un teatro de operaciones tan lejano como problemático.

La victoria de la democracia en Afganistán será un objetivo inalcanzable si los talibanes y Al Qaeda siguen campando a sus anchas y moviéndose como peces en el agua tribal de las regiones limítrofes de Pakistán, país aliado de Estados Unidos, pero al mismo tiempo desbordado por un integrismo avasallador que extiende sus tentáculos en el núcleo duro del poder: el Ejército y los servicios secretos. El vicepresidente Cheney venía precisamente de lanzar una severa advertencia al presidente paquistaní, Pervez Musharraf, cuando sufrió el atentado de ayer. Pero la crisis no afecta solo a EEUU, sino a todos los países europeos, como confirman la caída del Gobierno de Prodi en Italia y las vacilaciones españolas ante la índole de la misión.

Hay que revisar los objetivos, la estrategia y las nuevas fronteras ideológicas y militares de la OTAN. En caso contrario, un nuevo triunfo del fundamentalismo islámico en Afganistán, combinado con el desastre de Irak y un Irán nuclear, desencadenará un periodo de extrema turbulencia mundial y de caos inevitable, según la negra profecía de Henry Kissinger.