Notario

El pasado jueves se cumplieron 50 años de la firma por el ministro Martín Artajo y el embajador Dunn de los pactos con Estados Unidos, que supusieron para el régimen del general Franco --a cambio de sustanciales cesiones de soberanía nacional-- el espaldarazo internacional de la gran potencia vencedora de los fascismos en la segunda guerra mundial. Con todo, estos acuerdos revistieron la forma vergonzante de pacto ejecutivo, para evitar la oposición liberal del Senado de Estados Unidos, que hubiera tenido que intervenir de haberse adoptado la modalidad de tratado.

El proceso había comenzado tiempo atrás. A comienzos de los años 50, la economía española --marginada de la ayuda que para la recuperación de Europa fue el plan Marshall-- estaba exhausta, víctima de la autarquía impuesta por el aislamiento. Las primeras inquietudes sociales --huelgas de Barcelona, en 1951-- habían reaparecido. Cada día era más evidente la tensión existente entre el coste de la vida y los salarios, apenas enmascarada por la legislación social programada por el nacionalsindicalismo.

Por todo ello, Franco --consciente de las dificultades que se opondrían a una petición de ingreso en la ONU-- afirmó, en una entrevista concedida al periodista Karl Von Wilgand en febrero de 1951 --que "un entendimiento directo con Estados Unidos sería menos complicado, mejor y más satisfactorio".

Esta insinuación tuvo una primera respuesta americana en la misión del almirante Sherman, que se entrevistó con Franco en El Pardo, el 17 de julio del mismo año, fijando un primer esquema de acuerdo: España cedería bases a Estados Unidos, y éstos apoyarían la economía española y facilitarían medios para poner al día, en armas y equipo, al Ejército.

Sherman murió en un accidente aéreo cuatro días después, pero las negociaciones siguieron su curso, si bien a un ritmo lento provocado por la renuncia americana, entre la que destacaba la del presidente Truman. Así las cosas, dos hechos aceleraron la aproximación entre Washington y Madrid: la elección de Eisenhower para la presidencia, en noviembre de 1952, y la crisis que la muerte de Stalin abrió en la URSS.

Pemán recogió una frase de Franco, ilustrativa de la intuición con la que éste acogió la noticia de la elección de Eisenhower: "Por lo menos, es un militar...". El resultado de este doble impulso no se haría esperar. Antes de un año se firmaron los acuerdos.

Se dijo a la opinión pública que las zonas militares de uso conjunto permanecerían bajo soberanía española. Y, en efecto, el artículo tercero disponía que, incluso en momentos de extremo peligro, las bases no serían utilizadas sin consentimiento de los españoles.

Pero --como ha revelado Angel Viñas en su obra Los pactos secretos de Franco con Estados Unidos --, también se firmó una nota adicional secreta, por la que, en supuestos de agresión evidente o amenazadora evaluados discrecionalmente por los americanos, bastaría con que éstos se lo comunicasen a España, que así se vería implicada en la acción, sin haberlo decidido previamente. Esta cláusula secreta significó --dice Viñas con razón-- una clara y evidente renuncia a la soberanía por parte de Franco.

Además, el régimen aceptó un estatuto jurisdiccional para los norteamericanos destacados en las bases, que constituía una derogación del sistema jurídico español.

Y, por último, se redujo a la mitad la cantidad inicialmente ofrecida por Estados Unidos --465 millones de dólares--, pues se estableció --también en secreto-- un tope máximo de 239 millones.

El precio fue caro, pero los pactos de Madrid aseguraron el reconocimiento del régimen de Franco, aunque no respetaron en igual medida la soberanía del Estado.

No es de extrañar que la noche de aquel día 26 Franco exclamase: "Ahora ya he ganado la guerra de España".

Seis años después, la visita del general Eisenhower a Madrid supuso el espaldarazo definitivo. Bien es cierto que Luis María Ansón --que ya entonces era Luis María Ansón-- interpretó la visita --en Abc-- como una respuesta a la ayuda española a la independencia de las 13 colonias 200 años antes.

Quizá alguna razón tengan quienes entienden que las Azores no han supuesto ningún giro radical en la política exterior española.