Dramaturgo

No estamos maduros. Para la libertad, para la discrepancia democrática, para el pluralismo, algunos no estamos maduros. Sucede que además de ejercer la amistad, opinamos, hablamos de temas que son controvertidos, y al igual que ocurre cuando vamos a comprarnos una camisa, unos elegimos un color y otros eligen uno diferente. Ocurre como cuando nos enamoramos, que cada hijo e hija de vecino ve en los ojos de un hombre o una mujer destellos que los demás no pueden percibir. Y algunos no entendemos este fenómeno.

Si añadimos que estamos dotados para la equivocación, no es de extrañar que la inmensa mayoría de la gente tenga miedo, se calle, no diga nada y si lo dice, aunque sea sotto voce , rectifique inmediatamente y diga lo contrario. ¡Cómo me duelen algunas reacciones últimas! ¡Cómo me duelen algunas miradas que siempre tuve como amigas, ahora cargadas de rencor, dolidas, esquivas y duras! ¡Cómo me duele comprobar que a pesar de seguir sintiendo la misma admiración, el mismo cariño e idéntico respeto hacia ellos, algunos amigos de siempre no quieren detenerse conmigo en una esquina para charlar sin prisas como hemos hecho hasta anteayer! ¿Y por qué? Porque he tenido la suerte o la desgracia, que nunca se sabe, de opinar en público, de decir lo que pienso sobre un tema controvertido en el que ellos opinan lo contrario.

Entiendo que haya temas como la ciudad de Badajoz, su fundación, su patrimonio, los errores cometidos por unos, los aciertos de otros, los que son amigos, los que son enemigos, que acaloren y enciendan pasiones, pero yo he creído siempre que por encima de los temas y de las cosas que creemos trascendentes había algo más importante.