Antes lo desconozco, pero ahora dudo bastante que en Extremadura se ignore el fenómeno (mundial) que representa la serie Juego de Tronos. En poco tiempo, veremos como lucen nuestros paisajes, castillos y calles transmutados en Westeros o Meereen. El autor de las novelas que dieron lugar a la serie, George R.R. Martin ha reconocido que, en la batidora mental que desembocó en los libros, se mezcla pura ficción con inspiración de origen histórico. Uno muy evidente es el enfrentamiento que vivieron las Islas Británicas entre las casas de York y la de Lancaster por el trono real. Ese conflicto recibió el nombre de «guerra de las rosas». Dos casas con emblemas similares, idéntica estirpe, luchando por el poder.

Así que no sería extraño que en Ferraz algunos anduvieran murmurando un alucinado «Winter is coming». Lo que están viviendo en Ferraz es igualmente una «guerra de las rosas» particular, con tres contendientes --que no sabemos si son dos-- y con una belicosidad en la que, me temo, no quieren enterarse de que supera las estrecheces propias de un partido político.

No es que tenga a la lengua británica como un ejemplo rico en léxico, ni esté muy a favor de la introducción/invasión de barbarismos por causa de modas y postureos. Aunque, sí, soy de los que hace uso (profuso) de salpicar frases con jerga «anglo»; entono el mea culpa y sigamos con el tema. El inglés, como el alemán, gozan en ocasiones de un afán sintético, de una economía en el lenguaje que, honestamente, es de aplaudir. Y como en este artículo ya han caído referencias anglófilas, una gota más no hará lluvia.

Lo que veo en el proceso de primarias (auténtica guerra interna por el poder, por mucho que queramos camuflar el lenguaje) son dos «misconception». Este vocablo, de amplia traducción, permite resumir en una sola palabra varios conceptos: es un error de juicio, y es un entendimiento erróneo. Y eso es lo que veo en la pugna Díaz-Sánchez, con permiso de un López, probablemente bienintencionado, pero claramente ejerciendo de liebre de quienes lucharán por la meta final.

El primero, repetido y sostenido en el tiempo, es confundir militantes con votantes. Por más que parezca digno de Perogrullo, la ausencia de este axioma en (todos) los partidos siempre me asombra. Un simple cálculo matemático (sumar, no se crean que es necesario ir más allá) soluciona el error: por mucho que estén involucrados en la vida y milagros del partido, solo los votos de los militantes únicamente les valdrían para ser, siquiera, marginales. Y el votante, que es voluble, cambiante, y sobre todo, libre, puede perfectamente ir contra lo que los militantes consideran que es lo mejor para su partido. Que seguro están legitimados para querer lo que quieran en su casa, faltaría más. Cosa distinta es que eso les sirva para convencer a los demás y aspirar a lo que todo partido buscar: el poder.

El ejemplo, además, está al alcance de la mano. Mientras los apoyos internos a Pedro Sánchez fueron en escalada, perdió en dos elecciones seguidas en pocos meses 5 escaños y más de medio millón de votos. Eso exclusivamente comparado con su propia etapa. Una comparación más amplia con los resultados históricos del PSOE devuelve una explicación clarividente: los votantes, incluso tradicionales, volvieron la espalda a la propuesta y formas que impulsaba el renacido Sánchez.

La segunda vía de juicio nublado es aún más sutil y nace de una concepción altamente arraigada en la política (no por ello cierta): hay que apostar a caballo ganador. Susana Díaz esgrime sin complejos su historial de victorias en Andalucía como credencial máxima a reinar en Ferraz. Parte de su prestigio no nace de su capacidad de gestión o de su condición de verdadero «poder en la sombra». Sino de su condición de ganadora.

En las últimas elecciones, Podemos reconoció y verbalizó su problema con el voto rural. Los socialistas no hablaron de ello, pero tienen justamente como problema el anverso de ese cara: el voto urbano, joven, ha huido de votar a la rosa. ¿Y quién van a poner a liderar el partido? A alguien que ha hecho escuela del lenguaje sencillo, de la apelación al voto rural y que es percibida como una vuelta a los viejos tiempos en ámbitos urbanos.

Esa es la ampliación del campo de batalla. No sé qué saldrá de toda esta carrera, plagada de intrigas palaciegas y apelaciones al escudo, mucha fanfarria y poca propuesta. Pero lo que tengo claro es que en ese envite, en una socialdemocracia consistente y alternativa real de poder, nos jugamos mucho todos.