La señora Ana Botella ha anunciado que irá en la lista municipal por Madrid del señor Ruiz-Gallardón. Ha visto casada a la chica; el hijo mayor trabaja en EEUU; el pequeño, Alonsito, se las apaña solo, y ahora la presidenta consorte puede dedicarle atención a las cosas del municipio. Conclusión: la política no siempre es una vocación, sino una manera de entretener el tiempo.

Del electorado depende que su número uno sea alcalde y ella, concejala. Es lo que espera, pues no ha tomado la decisión para sentarse en el bando de la oposición. Confía en que no habrá ningún problema para ganar y que podrá desempeñar el cargo de concejala de Asuntos Sociales o, lo que es lo mismo, concejala de Tómbolas Benéficas y de Mesas Petitorias, temas en los que la derecha española tiene gran experiencia.

Creímos ingenuamente que departamentos y negociados de este signo desaparecerían de las administraciones cuando se impusieran en los gobernantes los criterios de justicia social. Pero el momento justiciero se demora y, para un sector de la sociedad, las precariedades de la vida son absolutamente necesarias, pues gracias a los que las sufren se puede ejercer la virtud de la caridad y se acorta el camino para llegar al cielo.

Los maliciosos pueden creer que a doña Ana se le ha ofrecido un puesto para complacer a su marido. Ignoran que tiene gran experiencia en tareas misericordiosas, como lo ha acreditado en la organización benefactora Misioneros de la Paz, al servicio de los desvalidos. La fundó el padre Angel, que es un santo. Y por algo ella, como dama muy caritativa, es presidenta de honor.