Alguien se ha entretenido en calcular el monto de lo que los políticos corruptos han robado, sólo en los últimos diez años, al pueblo español: más de cuatro mil millones de euros. Esa cifra comprende los cohechos, los maletines, las comisiones, los sobornos, las recalificaciones, los regalos, el blanqueo y demás apuntes del concienzudo saqueo de que han sido víctimas los españoles, pero no incorpora otras partidas del despojo que, con toda seguridad, la multiplican.

Se ha calculado el botín de lo descubierto, pero no de lo por descubrir ni, desde luego, de lo que no se descubrirá nunca, y no se ha sumado el valor de los inmensos perjuicios a la comunidad, que se ha quedado en tantos casos sin viviendas sociales, sin colegios, sin atención sanitaria suficiente, sin jardines, sin residencias de ancianos, sin parques de bomberos o sin bibliotecas. Tampoco se han traducido a términos económicos las devastaciones, irreversibles casi siempre, de la naturaleza, del paisaje y hasta del clima, consentidas por la codicia de los traidores, y tampoco las pérdidas provocadas al común por esa gentuza que se ha dedicado, paralelamente al robo directo, al nepotismo, al amiguismo y al clientelismo, ora proporcionando a los parientes sueldos fabulosos a cuenta del Erario, ora concediendo contratas a mansalva a los empresarios afectos, ora esparciendo favores de inquietante devolución.

Si se cuenta todo eso en euros, más los dispendios en obras faraónicas e inútiles a que tan aficionados han sido, más las pérdidas económicas causadas en su deplorable gestión normal , más el costo de los innumerables procesos judiciales que intentan esclarecer alguna parte del colosal latrocinio, el resultado no bajaría de los dos o tres billones de pesetas, bien que habiendo computado sólo lo mensurable.

Pero hay algo que no se puede medir ni calcular: la pérdida de la dignidad. Una nación, como una persona, puede prescindir de muchas cosas, pero no de la dignidad si quiere seguir reputándose como nación o como persona. A esos chorizos que roban a los pobres para dárselo a los ricos, no sólo se les ha votado una y otra vez, blindándoles con mayorías absolutas, sino que en muchos casos, sabiéndoseles forajidos, se les volvería a votar.