WCwon demasiada frecuencia los medios de comunicación dan cuenta de episodios brutales de maltrato a los animales. Sobrecogen las imágenes de perros ahorcados de las ramas de los árboles que, periódicamente, aparecen publicadas; o de perros con las patas serradas con tal brutalidad que los autores de esa fechoría podrían constituir por esa sola acción ejemplo principal de lo que es un proceder desalmado. Hace unos meses, este periódico se hizo eco de la triste aventura de un perro que había sido abandonado por su dueño, sin agua ni comida, en el balcón de su casa varios días. Y el pasado día 17, en estas páginas se recogió lo que tan solo es la última bestialidad conocida: el intento de matar a una perra abriéndole la cabeza y abandonándola en el campo.

La legislación ha avanzado y el Congreso ha endurecido las penas por maltrato y tortura a los animales. Pero en esto también ocurre que la legislación va por delante de la sociedad. Quienes son capaces de descalabrar a un animal indefenso son una exigua minoría, pero son muchos los animales que, como señalan las asociaciones protectoras, aunque no se matan, se abandonan. Y eso significa que falta demasiado camino para que la sociedad en su conjunto respete y considere a los animales como éstos merecen.