Siempre me ha gustado buscar semejanzas físicas entre personas y animales. Por ejemplo, veo gente con la cara angulosa y los ojos ligeramente curvados hacia el tabique nasal y relaciono sus rostros con el de un zorro o un coyote; alguien con ojos redondeados y la cara ancha se me asemeja a un perro San Bernardo o a un koala; una cara humana con nariz achatada y ojos pequeños a una serpiente --que no tiene por qué ser viperina--, o a un perro bóxer; de ser la nariz afilada y algo ganchuda, a un ave rapaz. Claro que no sólo la cara se presta a este juego de similitudes persona-animal, también otras partes del cuerpo colaboran a que uno le eche imaginación al asunto y se entretenga en pensar que un varón con las piernas largas anda parecido a un ave zancuda, como el flamenco o el pelícano; que los andares de una mujer con los pies planos calzando zapatos de altos tacones recuerdan al pingüino, o los que caminan con las piernas abiertas encorvados hacia delante, al chimpancé.
Hace tiempo cayó en mis manos un revista que contenía un genial reportaje gráfico que se titulaba De tal dueño, tal perro , con diez o doce fotografías que mostraban las cabezas de varias personas junto a las cabezas de sus respectivos perros, y créanme, se diría que los canes eran fieles caricaturas de sus dueños.
A los animales siempre se les ha buscado mucha simbología y sus figuras se utilizan para representar a países, como el gallo a Francia y el toro de lidia a España. Pero son los chinos los que más discurren y basan el transcurso de su existencia en el mundo animal: el año de la rata, del búfalo, del gallo, etcétera.
Sí, las personas y los animales tenemos más en común de lo que creemos. Imitamos con frecuencia a los animales. Algunos lo malo, como esos tipos que son bastante burros porque conducen como cabras torpemente igual que gansos. Otros lo bueno, como esos a los que su mujer les dice con mucha asiduidad: "Manolo , estás hecho un tigre".