Tiene que caber un año en un día para el 50% del país, para la mitad, para las mujeres. Pero sólo en un día.

Lo mediático, lo virtual, lo real, los discursos y las fotografías y las medallas y las frases y los gestos y las sonrisas. El misterioso valor de las mujeres parece desvelarse en 24 horas intensivas el 8 de marzo, en que los caballeros, los muchachos, los políticos, los artistas, los familiares y toda la clase de misóginos camuflados arrojen flores sobre las mujeres propias o ajenas, circunstanciales, vecinas, amantes o enemigas sin cesar. Todo esto queda bonito y parece este un país igualitario y democrático, que cabalga con el siglo XXI dejando atrás una serie completa de trucos: los de las 364 jornadas restantes.

El resto del año --cada año-- pues, un discreto y constante desconocimiento, desdeñamiento, desoimiento, una falta de respeto y reconocimiento cotidiano y una escasa implicación emocional que se intenta solapar con la pseudopresencia masculina en el tan a menudo turbulento ámbito familiar. O laboral. Que devasta el alma.

El alma devastada a veces cae junto al cuerpo víctima de un estrangulamiento o un disparo, sobre una acera o el fondo de un río. ¿Queremos, necesitamos este día las mujeres realmente o lo aceptamos con peinado de peluquería por si se acude a un acto con cámaras de televisión porque sabemos que una sociedad eminentemente machista no regalará ni un cuarto de hora de más?

M. Francisca Ruano **

Cáceres