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Extremadura vive entre el 2003 y el 2004 un acontecimiento singular que no puede pasar inadvertido, aun habiendo sido anunciado oportunamente en los medios de comunicación regionales. Se trata del Año Jubilar Guadalupense, concedido por el papa Juan Pablo II con motivo del 75 aniversario de la coronación canónica de Santa María de Guadalupe. Ya se adelantaba EL PERIODICO EXTREMADURA a la hora de dar los datos referentes al evento mucho antes de la inauguración del Año Jubilar, que tuvo lugar el 11 de mayo en el real monasterio.

En síntesis, diremos que el Año Santo o Año Jubilar es una gracia que concede el papado desde muy antiguo a algunos santuarios de cierta relevancia para fomentar el culto y las devociones de los fieles, otorgando una serie de indulgencias a los peregrinos que se acerquen para participar en las celebraciones o manifestar la fe a través de determinados actos de piedad. En este sentido, Guadalupe se convierte entre los días 11 de mayo del 2003 y 30 de mayo del 2004 (fechas que marcan el comienzo y el final del Año Santo) en un punto de referencia trascendental para la espiritualidad de la región.

A finales del mes pasado, se reunían en el monasterio los arciprestes de la Provincia Eclesiástica de Mérida-Badajoz (en la que se integran las tres diócesis extremeñas) atendiendo a la convocatoria hecha por el arzobispo don Antonio Montero, el obispo de Cáceres, don Ciriaco Benavente, el administrador apostólico de Plasencia y el hasta entonces secretario de la provincia, don Amadeo Rodríguez, recientemente nombrado por el Papa obispo de Plasencia. Después de una intensa reflexión iniciada tras una amplia ponencia que expuso el guardián del monasterio, fray Guillermo Cerrato, se abrió un coloquio en el que se extrajeron importantes conclusiones, de entre las que destacaré el unánime acuerdo para concienciar a los fieles extremeños de que Guadalupe es el primer santuario de la región y la necesidad inminente de promover la devoción a Santa María de Guadalupe como punto de referencia indiscutible de la espiritualidad de Extremadura como pueblo, realidad e iglesia concreta. Y para estos menesteres es, naturalmente, fundamental el fomento de las peregrinaciones al lugar de Guadalupe.

Pero, claro, nos encontramos con lo de siempre: Guadalupe pertenece administrativamente a la Diócesis de Toledo. Huyendo de los clásicos tópicos reivindicativos y dejando de lado los tan traídos y llevados inconvenientes del paso de la Puebla y villa con su monasterio a la provincia eclesiástica extremeña, ¿no puede ser ésta una ocasión inmejorable para la definitiva incorporación de Guadalupe a la Iglesia de Extremadura?

Se anuncian este año importantes acontecimientos en torno al santuario, se habla de una posible visita de los Reyes, peregrinarán la mayoría de las parroquias, movimientos, asociaciones y comunidades a Guadalupe. Y aun así, no se puede evitar la sensación de que el Año Jubilar languidece y que terminará pasando con más pena que gloria por Extremadura. Sí, ya sé que esto puede sonar algo duro, pero es real. Si la región no toma inmediatamente protagonismo en el acontecimiento, la oportunidad se irá por donde ha venido y seguiremos "lo mismo" que hasta ahora; "a ver si el año que viene..."; "las cosas de palacio van despacio...", etcétera.

Por favor, que Guadalupe como pueblo se identifique de una vez, que parece que lo de hacerse eclesiásticamente extremeños lo dicen "con la boca chica". Esos frailes franciscanos, que hablen claro. La Real Asociación de Caballeros de Guadalupe, como importante y nutrido colectivo cuyo origen es innegablemente extremeño, que envíe escritos y haga pública su posición. Señores obispos, sobre todo, ¿cómo están las gestiones? Que le sea manifestado a Toledo, antes que a nadie, lo importante que es el santuario para nuestra realidad regional. Que no se trata de restar, sino de sumar; que en materia espiritual los fieles castellanomanchegos no perderán a la Virgen, pero los extremeños sentirán más suyo un lugar tan significativo para su fe y su identidad.