De la actual crisis se puede decir que muchos la gestaron y ella sola nació. Luego encontró dos nutridos pechos de los que amamantarse y engordar, uno en forma de avaricia humana y el otro de antagonismo político. Erróneo es buscar unos exclusivos culpables del desaguisado, aunque hacerlo supone cierto desahogo para el que más lo está sufriendo, y una coyuntural y arrojadiza arma política para quien se siente exento de culpa, por no estar gobernando.

Debemos recordar que España, durante la primera legislatura del PP, vivió un repentino florecimiento económico gracias a la construcción, que junto a la industria turística --la que genera más ingresos del exterior-- mantuvo nuestra competitividad en la UE. La política del ladrillo --construcción a destajo hasta en los pizarrales-- creó infinidad de puestos de trabajo directos e indirectos. "España va bien", esgrimía Aznar como eslogan. Y los españoles de a pie, todos aparentemente pudientes, engolosinados por el descenso del euríbor y la generosidad interesada de los bancos, nos embargábamos en préstamos para comprar, en muchos casos, más de lo que necesitábamos, sin pensar que el ladrillo era el chocolate del loro, algo que ya preveían los políticos, pero, ante el chollo de semejante bonanza, preferían cerrar los ojos y no buscar alternativas a la sentenciada desaparición del negocio inmobiliario. Cuando Zapatero ganó las elecciones, España aún se desplazaba en volandas sostenida por ese ficticio crecimiento, y éste, en vez de volcarse en fomentar industrias alternas que absorbieran mano de obra excedente de la construcción y supervisar el manirroto movimiento del mercado en general, siguió la misma política torpe, se aletargó en el heredado estado de complacencia y no quiso reconocer la crisis cuando la tenía encima.

De esta crisis se puede decir que es global, y que en España, tanto el PSOE, como el PP han sido responsables políticos por igual. Y no nos será fácil salir de ella si ambos partidos no dejan de practicar ese imprudente antagonismo con vistas sólo a acrecentar su número de votos.