WEw s innegable que el machismo, como fenómeno social, sigue existiendo en nuestro país. No siempre relacionado con la violencia sexista, por supuesto, pero sí con una actitud que tiende a valorar las virtudes del hombre, sus comportamientos, su posición social por encima de los de la mujer. La tendencia que apunta la información que días atrás publicaba este diario, en el sentido de que hay campañas organizadas que, con datos falsos, hacen aparecer a los hombres como víctimas de maltrato, confirma una práctica arraigada, pero con nuevas formas de manifestarse.

El machismo que podríamos llamar tradicional no ha dejado de expresarse, en público y en privado, realzado por determinados estereotipos que siguen siendo dominantes en los medios de comunicación, en series televisivas, en publicidad. Pero justamente a raíz de esquemas sociales que han ido calando progresivamente entre la población, de los cambios de roles que ha experimentado la sociedad, del acceso de la mujer a puestos de responsabilidad, determinadas conductas salen a la luz para pronosticar un auge de otro tipo de machismo, puede que más sutil, pero igual de dañino.

La ley integral contra la violencia machista ha conseguido rebajar notablemente (un descenso de casi un 30%) las víctimas mortales, pero es cierto que una mayor protección de la mujer ha derivado en muchas ocasiones en un aprovechamiento fraudulento de las denuncias por malos tratos. Arropados en una casuística que no puede ser entendida como general ni concluyente, grupos y asociaciones masculinas han puesto en pie un tipo de defensa de sus intereses que les hace pasar como víctimas de un supuesto "colectivo femenino", históricamente favorecido en las causas de separación. Denuncias falsas, tratos de favor particulares y quejas desproporcionadas no dan la razón a unos hombres que tienen el derecho de abogar por sus intereses, pero sin argumentar trasnochados paternalismos o supuestos desprecios sociales causados por lo que ellos denominan como un feminismo radical.

La justicia debe tratar cada caso de manera escrupulosa porque cada caso esconde un drama familiar, una desazón que no debe basarse en generalidades sexistas, sino en las argumentaciones razonadas de las partes, a las que les asiste el mismo derecho a recibir un trato justo y un pronunciamiento judicial conforme a las leyes, que no pueden discriminar por razón de sexo. Por otro lado, la violencia --a pesar de las campañas oficiales y de las medidas legales-- ha vuelto a emerger con trágica intensidad en los últimos meses. El machismo --antiguo o renovado-- es siempre menospreciable, pero mientras sigamos asistiendo a esta intolerable sangría, todavía más.